Quizás no muchos en Occidente estén al tanto de que el nombre divino Alá no es originalmente musulmán. “Mahoma no creó la palabra ‘Alá’, sino que esta ya existía en la poesía preislámica cristiana y en todas las lenguas semíticas”.
Así lo explica el P. Samir Khalil Samir, jesuita, autor de Cien preguntas sobre el islam. El veterano teólogo y orientalista es egipcio, por lo que ha vivido muchísimo tiempo en un entorno musulmán. De esta religión conoce, con toda propiedad, el mensaje, sus orígenes e historia, sus variantes confesionales… Por ello, el periodista Fernando de Haro lo entrevistó largamente y el resultado ha sido su último libro, El islam en el siglo XXI, un recorrido por un grupo de temas relacionados con el credo del “profeta” que a cualquier occidental le parecerán particularmente interesantes.
El P. Samir desmonta mitos históricos. Uno de ellos, tan caro a ciertos círculos de la corrección política, predica que tanto la filosofía clásica como determinados avances científicos se los debe Europa a los musulmanes y a sus guerras de conquista. “La cultura griega –apunta el entrevistado– fue descubierta, en parte, gracias a los árabes, pero no gracias al islam. Hay que diferenciar entre árabes y musulmanes. El 90% de los traductores de aquel entonces eran cristianos y fueron ellos los que transmitieron la ciencia de la Antigüedad”.
De igual modo, el P. Samir detalla la evolución teológica y política de Mahoma: cómo pasó de una primera etapa en que fraguó buenas relaciones con cristianos y judíos a otra de enfrentamiento radical y subyugación de estos en todos los órdenes. Nos cuenta además sobre el origen de las diferencias entre sunníes y chiíes, sobre las diversas fuentes doctrinales de las que bebe el creyente musulmán, de las corrientes de interpretación del Corán y de la multitud de sharías que existen.
El teólogo jesuita se acerca además a la situación de varios países de Oriente Medio y del mundo islámico en general, y subraya el negativo papel que está desempeñando Arabia Saudí en la difusión de la corriente wahabita, de la que se han nutrido grupos terroristas como Al Qaeda y el Daesh.
Según expresa, los fundamentalistas pretenden que todos, musulmanes o no, se ciñan exactamente a prácticas de la época del “profeta”. Una hipocresía en toda regla: abogan por comer con las manos y sentarse en el suelo, como procedía Mahoma en su momento; “sin embargo –afirma–, la gente que promueve esta vuelta al origen usa todos los medios modernos: el agua les llega a través de cañerías, no van a un pozo a por ella; usan la electricidad, etc. Su rechazo a la modernidad es ambiguo y contradictorio”.
En cuanto a libertad religiosa, ¿hay noticia de ella en los países musulmanes? Sí… pero únicamente sobre el papel. Según expresa el sacerdote, ejercerla “es prácticamente impensable”. En el diálogo con De Haro surgen alusiones a algunos convenios rubricados por varios países árabes, en los que se consagra dicha libertad. Pero, recuerda el P. Samir, “abandonar el islam, y aun peor, dejar de ser musulmán por el cristianismo, el ateísmo o el judaísmo es absolutamente inadmisible”. En Egipto el precio es la cárcel. En Arabia Saudí, la muerte.
No obstante, la inflexibilidad no es patrimonio de las variantes más radicales. Su base está en la propia doctrina islámica: Dios, explica el entrevistado, es solo el jefe supremo, solo manda: “No existe ni el término ‘Padre’ ni el término ‘Amor’”. A los musulmanes, señala más adelante, les falta libertad espiritual y conciencia de que Dios también nos ama. Esto “nos otorga la posibilidad de hacer cualquier cosa, incluido equivocarnos, porque Dios es amor y nos perdona. Esta dimensión que equilibra el cristianismo falta en el islam”.