Gota a Gota. Madrid (2006). 288 págs. 22 €.
Aunque las conclusiones a las que llega Francisco López Rupérez son semejantes a las de Ricardo Moreno, «El legado de la LOGSE» (2) está concebido como un análisis más sistemático y objetivo, menos apasionado. Trata también sobre la influencia de la LOGSE en el empeoramiento del nivel académico de los alumnos españoles, especialmente en su etapa crucial: la Enseñanza Secundaria.
Francisco López Rupérez, doctor en Ciencias Físicas y catedrático de instituto, fue secretario general de Educación con el gobierno del Partido Popular y consejero de Educación en la Representación Permanente de España ante la OCDE. Autor de numerosos trabajos de investigación relacionados con el mundo educativo, este ensayo proporciona una valiosa información empírica que sirve para cuestionar el legado de la LOGSE.
En el primer capítulo se realiza un diagnóstico de la situación, en el que resalta las bajas tasas de graduación de alumnos en la ESO, dato que condiciona el resto de las estadísticas y de las políticas educativas. López Rupérez achaca esta situación a las erróneas medidas educativas que impulsó la LOGSE, especialmente ineficaces para retener a los alumnos durante y después de la Enseñanza Secundaria. En este sentido, considera que los itinerarios que figuraban en la LOCE eran una buena alternativa para recuperar a aquellos alumnos con menos capacidad de estudio.
No todo es gastar más
También analiza la incidencia del gasto educativo en los resultados de los alumnos. Para ello, tiene en cuenta tanto estadísticas que proceden de las autonomías como de otros países de la OCDE. López Rupérez aporta datos que confirman que el progresivo incremento de medios económicos no ha ido parejo con un aumento en el rendimiento de los alumnos. Destaca cómo en aquellas comunidades autónomas donde se ha favorecido el pluralismo escolar, con una mayor presencia de centros concertados (País Vasco, Navarra, Cataluña, Madrid), se ha podido incrementar la inversión en la enseñanza pública. «Resulta ilustrativo -dice- que aquellas comunidades autónomas cuyo modelo educativo se aproxima bastante al de la escuela pública única son también las que presentan comportamientos globales más débiles».
En un libro de estas características no podía faltar un exhaustivo análisis de los datos del Informe PISA de la OCDE, reveladores del retroceso de los alumnos españoles en comparación con los de otros países del entorno cultural y económico.
El último capítulo del libro contiene un decálogo de políticas educativas que mejorarían el rendimiento de los escolares españoles. En primer lugar, «hacer de la mejora de los resultados escolares la primera prioridad». A continuación, algo tan obvio como «potenciar los valores del estudio y del esfuerzo personal». En tercer lugar, «promover una ordenación del sistema educativo flexible pero exigente» con el fin de no caer en la uniformidad (ni en la comprensividad).
Defiende también que se privilegie «el papel de los contenidos y de los métodos de enseñanza», además de «aumentar la autonomía de los centros». Asimismo, la profesionalización de la dirección escolar contribuiría a reforzar el trabajo de los equipos directivos.
El autor mantiene que deben mejorarse los sistemas de evaluación para promover una cultura de la transparencia, de modo que se den a conocer los resultados del sistema educativo, tanto en el ámbito general como en cada comunidad autónoma. Los últimos puntos del decálogo tienen que ver con el desarrollo de la gestión del conocimiento en educación, la necesidad de profundizar en el pluralismo educativo (con una abierta defensa de la libertad de enseñanza y de los centros concertados) y, por último, «profundizar en la equidad», pues «si las políticas educativas sacrifican la calidad para lograr la equidad, lo cierto es que se desemboca en un sistema sin calidad y sin equidad».
Adolfo Torrecilla