Si uno hace caso al rótulo de best-seller que luce esta edición, podría pensar que estamos ante una de tantas superficialidades que adornan los escaparates. Resulta, cuando menos, curioso el empeño de la editorial por vender El librero de Varsovia como trepidante saga, intriga o novela de acción, tratándose de una obra que en un noventa por ciento es introspección y diálogo. Se diría que es desconfiar del lector, pues la novela, si no trepida, sí que apasiona.
De lo que no cabe duda es que estamos ante una de las mejores novelas católicas de este tiempo, si por novela católica hay que entender, como se ha sugerido, aquella que narra el combate entre la gracia y el pecado en el seno de uno o varios personajes.
El librero en cuestión es Pawel Tarnovski, tercer hijo de una familia de antiguos aristócratas polacos. En plena adolescencia, Pawel abandona el hogar al sentirse relegado por su padre, que regresa a casa después de largos años de prisión en Rusia, tras la primera guerra mundial. En realidad, ese sentimiento de abandono no hace sino encubrir una desorientación vital que lleva a Pawel a la bohemia artística en París. Allí conoce la miseria más extrema, junto a grandes desengaños y pequeñas iluminaciones.
Vuelto por fin a Varsovia, recupera parcialmente su fe y pasa a regentar la librería de un tío difunto, a la que llama Casa Sofía. Allí, en septiembre de 1942, tiene la oportunidad de dar refugio a un adolescente judío que ha huido del gueto. El joven, David Schäfer, posee una inteligencia poco común, y los diálogos que él y Pawel mantienen sobre la religión, la literatura, el arte, etc., durante los seis meses que permanecen allí, en medio de la miseria, el miedo y el frío, serán para ambos un fructífero aprendizaje que acabará decidiendo sus destinos.
Lo que no acaba de advertir Pawel es que su acto de caridad heroico ha redimido toda una vida de fracaso y servirá para dar a luz otra vida. En el prólogo, Michael O´Brien (que narró un episodio posterior de la vida de David Schäfer en El padre Elías) dice querer mostrar el rostro de Cristo a través de las vidas de sus personajes, y que para verlo hay que tomar distancia, pues “de cerca la imagen se desdibuja”.
Y, en efecto, las crisis, las debilidades, las intemperancias de Pawel Tarnowski, junto a las agudas conversaciones de ambos protagonistas y los pequeños sucesos de su reclusión, velan en apariencia la imagen del grano de trigo que muere y es fecundo, tema principal de esta obra llevada con mano maestra por O´Brien.
El autor acierta al reunir a un típico intelectual del siglo XX, educado en cristiano pero herido por la crisis de la modernidad, y a un judío ortodoxo y celoso con gran curiosidad cultural. Su estructura es también acertada, aunque puede resultar discutible la segunda parte, ocupada por un drama simbólico escrito por Pawel, que da cuenta (conscientemente, imagino) de su torpeza como escritor, al tiempo que de la profundidad de sus inquietudes.