El más sabio de los atenienses. Vida y muerte de Sócrates

Miguel Pérez de Laborda

GÉNERO

Rialp. Madrid (2001). 298 págs. 2.300 ptas.

El Oráculo dijo que era el más sabio de los atenienses. Como no podía ser menos, Sócrates se lo tomó en serio y dedujo que el dios de Delfos le otorgaba aquella inmerecida distinción porque, de entre sus contemporáneos sofistas, él era el único que reconocía su propia ignorancia. Su «sólo sé que no sé nada» le llevó de la humildad a la sabiduría, pero también le acarreó muchos enemigos, que le acusaron de pervertir a la juventud y de impiedad.

En defensa de las falsas acusaciones, no presentó un discurso grandilocuente, sino su propia vida, una vida dedicada por entero a filosofar. Pero, una vez más, la política pudo más que la filosofía, los intereses partidistas más que la verdad, el orden establecido más que la búsqueda de nuevas posibilidades. Sócrates, con la dignidad que otorga saberse inocente, asumió la condena a muerte, bebió la cicuta y, así, dio su última lección a los siglos venideros. Se convirtió, de esta forma, en «el maestro» por antonomasia, en la referencia perenne de la filosofía.

Miguel Pérez de Laborda, profesor de Metafísica en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma), cree en Sócrates. Lo considera «el maestro del filosofar», porque hizo de la filosofía una forma de vida. Por eso, nos sentimos orgullosos de haber tenido, de tener, a Sócrates, y necesitamos recordar su figura amable, sus incansables diálogos, su forma de pensar; necesitamos también rememorar su condena y su muerte para poder entender lo que somos.

Através de la figura de Sócrates, este libro pretende ayudar a entender lo que es en realidad la filosofía. Pues conocer a Sócrates es un antídoto contra la idea de que la filosofía trata de cosas abstractas, ajenas a la vida corriente. Contemplar a Sócrates, afirma Pérez de Laborda, «significa descubrir una filosofía que no ha renunciado a tratar de alcanzar la verdad (la verdad sobre la vida)».

Quizá porque Occidente es un poco de Sócrates, como también es un poco de Cristo. Si Cristo formó nuestro corazón, Sócrates cimentó nuestra cabeza. A través de Platón y Aristóteles, quienes profundizaron y desarrollaron el pensamiento del maestro, el espíritu socrático fue calando en nuestra forma de ver el mundo. «Ellos -afirma Pérez de Laborda- recibieron una rica herencia, y la hicieron fructificar; nos toca ahora a nosotros seguir cultivándola».

Para adentrarnos en la personalidad del más sabio de los atenienses, podemos empezar con este estudio serio y atractivo que nos brinda Pérez de Laborda, para quien la mejor forma de filosofar es hacerlo de la mano de Sócrates.

Carlos Goñi Zubieta

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