Anagrama. Barcelona (2006). 219 págs. 15 €. Traducción: Damián Alou.
John Banville (Irlanda, 1945) pasa por ser uno de los más grandes estilistas contemporáneos en lengua inglesa. Su obra ha merecido elogios de autores como Magris o Steiner, y eso es toda una garantía. Lo único malo de Banville es, justamente, no ser aclamado como un gran «novelista», sino como un gran «prosista», que lo es.
«El mar» es una novela proustiana en procedimiento y temática: Max, el protagonista-narrador, que acaba de sufrir la pérdida de su mujer Anna, se retira a una pensión de un pueblo costero donde pasó un inolvidable verano adolescente para buscar el consuelo de la memoria. Allí, veraneando con sus padres, conoció a la familia Grace -madre, padre, hijos y niñera- y recorrió todas los típicas estaciones de la iniciación amorosa.
El relato avanza en primera persona alternando tres tiempos narrativos: el pasado remoto de aquel verano iniciático; el pasado reciente de la convivencia con su esposa y posterior agonía; y el presente de su estancia meditativa en la casa junto a la casera -que resulta ser la niñera de los Grace- y un estrafalario coronel que se revelará lleno de humanidad.
Las transiciones entre una materia y otra son constantes y suaves, en analogía simbólica con el movimiento marino. Esto es una muestra más de la sabiduría narrativa de Banville, quien emplea así el mismo recurso de identidad escritura-naturaleza que ya utilizara Virginia Woolf en «Las olas». Banville, sin embargo, es un decidido posmoderno: lo que en la inglesa era una poética de los sentidos, para él es un círculo que se perpetúa en los laberintos del nihilismo. De nuevo tenemos un protagonista derrotado por la vida, sin creencias ni certezas, que cuenta su mera perplejidad existencial. Sin embargo, en los arrebatos en que deplora la pérdida del amor de su esposa -su único medio de conocerse y realizarse a sí mismo- vislumbramos una posibilidad de redención, de sentido vital, a través del amor, lo mismo que en su amistad final con el coronel, y también en el rescate que le sobrevendrá por parte de su olvidada hija.
Es revelador que todos los elogios de la crítica se circunscriban a su magnífico estilo, que sin duda lo merece: elegancia con llaneza, precisión implacable en las descripciones, originalidad y sorpresa en las metáforas un verdadero estilista, sí. Es cierto que Banville no tiene una propuesta de valores demasiado sólidos. En algunas partes de la novela se deja llevar por el sensualismo tópico adolescente y la misma tópica animadversión a la oscurísima y represora educación católica recibida, aunque es demasiado sutil para cargar la mano en ninguno de los dos casos. Puede decirse, pese a todo y en resumen, que Banville ha escrito una de sus novelas más esperanzadoras, pues en su feliz final deja entrever la perenne necesidad humana de un afecto generoso. Y con un gran prosa.
Jorge Bustos Táuler