Paul Boghossian, profesor de Filosofía de New York University, ha escrito este libro porque está convencido de que “se ha ido formando un consenso importante –al menos en las ciencias sociales y humanísticas, ya que no en las ciencias naturales– en torno a una tesis sobre la naturaleza del conocimiento humano: la tesis de que el conocimiento es algo socialmente construido” (p. 11). Ese consenso, sin embargo, contradice “nuestras intuiciones [que] nos dicen que las cosas tienen una manera de ser que es independiente de las opiniones humanas”. Y no duda en concluir –y este es el hilo conductor de su propuesta– que “es un error pensar que la filosofía reciente ha descubierto razones poderosas para rechazarlas” (p. 179).
Estamos ante un metódico trabajo –que pretende ser divulgativo– de alguien que considera que las tesis relativistas no se han tomado lo suficientemente en serio por el “objetivismo” y que merecen más atención si se quieren comprender, aprovechar y rebatir con suficiente consistencia.
Boghossian –que a su formación filosófica une estudios de Física– propone tomarse en serio los argumentos a favor del relativismo y de la construcción social del conocimiento y evitar argumentaciones simplificadoras. Pero, a la vez, no quiere escribir un libro estrictamente técnico, sino un libro riguroso pero asequible para un lector familiarizado con los debates intelectuales contemporáneos sobre el relativismo epistemológico y sobre la filosofía y la sociología de la ciencia. Su mayor esfuerzo ha sido el de la simplificación y la brevedad. De modo que su texto es interesante, denso y riguroso. Pretende que sus razonamientos sean concluyentes y no meras conjeturas u opiniones.
No duda en entrar en diálogo –y en contradecir– con sosiego y aplomo los argumentos de influyentes defensores del relativismo como Rorty o Kuhn. Por ejemplo, en las pp.163-172 encontramos su interesante respuesta al célebre libro de Kuhn La estructura de las revoluciones científicas.
El autor selecciona y examina la plausibilidad de las tres tesis que considera lo más interesante que podría proponer el constructivismo del conocimiento: “La primera tesis representa un constructivismo sobre la verdad; la segunda, un constructivismo sobre la justificación, y la tercera se ocupa, finalmente, de la función que los factores sociales desempeñan en la explicación de por qué creemos lo que creemos” (p. 25).
Después de desmontar los argumentos del constructivismo se pregunta el porqué de su éxito. Su explicación nos acerca al tono sobrio del libro: “En sus momentos más brillantes, el pensamiento del constructivismo social denunció la contingencia de aquellas de nuestras prácticas sociales que erróneamente habíamos llegado a considerar impuestas por la naturaleza (…) Y lo hizo siguiendo los cánones del buen razonamiento científico. En cambio perdió su rumbo cada vez que se empeñó en convertirse en una teoría general sobre la verdad y el conocimiento. Lo difícil es entender por qué tales aplicaciones generalizadas de la idea de construcción social han llegado a seducir a tanta gente” (p. 178).
Boghossian se pregunta: “¿Por qué este miedo al conocimiento? ¿Qué hace que sintamos la necesidad de protegernos de sus manifestaciones?”, y relaciona el auge de las concepciones constructivistas con el deseo de dotar a las culturas oprimidas de herramientas para defenderse de la acusación de abrigar opiniones falsas o injustificadas. Se trataría de una epistemología que opta por los más débiles. Pero Boghossian alerta del flaco favor que esta línea de razonamiento hace a los oprimidos, porque lleva más bien a facilitar la opresión de los más fuertes ante los que los débiles no pueden oponer los argumentos de la razón y la verdad (cf. pp. 178-179).