Unos 150 capítulos estructuran esta nueva historia del escritor israelí (Jerusalén, 1939). La novela utiliza una escritura que no es prosa ni es poesía y que tiene cualidades de ambas. Llama la atención, además de la fragmentación, que los párrafos de los breves capítulos, como en los versos, no están ajustados al margen. Otra originalidad: a las secuencias más estrictamente narrativas se reserva un interlineado tipográfico diferente. Abundan las frases breves, de una, dos o tres palabras, que imprimen a la voz del narrador un ritmo salmódico y entrecortado.
Quizás el esfuerzo que supone esta lectura no queda compensado por el interés de la historia. Un viudo acoge en su casa a la novia de su hijo mientras éste emprende una especie de peregrinación espiritual al Himalaya. Algunos compañeros del viudo y un grupo de amigos de la chica, que colaboran con ella en sacar adelante una película, componen el resto de los personajes. Unos a otros van dándose la voz de manera coral. Más que una serie de hechos, Oz, que hace de autor, narrador y personaje, recoge, sirviéndose de la audaz envoltura formal, momentos, instantáneas, recuerdos, ecos, breves relaciones, una telaraña que va enlazando levemente pero con contundencia los destinos de los protagonistas. El recurso poético al mar como elemento aglutinante no termina de encajar.
Un marcado tono sensual y desesperanzado recorre los sueños, obsesiones y algunos de los hechos de los protagonistas a lo largo de la obra. Oz renuncia a la explícita carga política característica de sus anteriores novelas y se abandona a un ejercicio artificial y algo confuso de desentrañamiento de la interioridad. Hay buenos momentos, pues se trata de un escritor de calidad, pero no es probable que este libro, formalmente inusual y arriesgado, se cuente entre sus mejores creaciones.