Empresa Editora El Comercio. Lima (2000). 287 págs. 15 U.S. $.
Este libro sigue la huella del anterior trabajo de De Soto, El otro sendero. Ahora, el autor hace una propuesta a los países en vías de desarrollo y a los salidos del comunismo para que adopten medidas que permitan convertir en capital productivo los ya existentes activos (bienes inmuebles, especialmente) que han generado los pobres, con mucho sacrificio y espíritu emprendedor.
Los pobres tienen activos, bienes inmuebles físicos, que son fundamentalmente «casas» que dan techo a sus ocupantes pero no están incorporadas formalmente a los sistemas de propiedad legales existentes. Su tenencia se rige por normas extralegales. Esto funciona, pero en pequeños ámbitos que hacen que estos bienes no generen valor diferente al de ser bienes físicos para habitar.
Las propiedades físicas se convierten en capital cuando se consigue representarlas, haciendo resaltar sus cualidades económicas, independientemente de la materialidad de los bienes. La marginación de los pobres en buena parte se explica por la precariedad de sus sistemas de propiedad. Precisamente, dice De Soto, no hemos sabido ver la exacta perspectiva del problema. Hay dos puntos ciegos. El primero es que el salto en la población extralegal del mundo de los últimos 40 años ha generado una nueva clase empresarial con sus propios acuerdos legales. El segundo es no advertir que la migración y la extralegalidad que hoy sufren las ciudades del Tercer Mundo son versiones cercanas a la experiencia de los países adelantados de Occidente durante su propia revolución industrial.
El autor señala que la razón por la que han fracasado muchos de los planes de acceso a la propiedad, ha sido el desconocimiento de esta realidad. La nueva legalidad ha de arraigar en el contrato social que de hecho existe, pues cuando hay acceso a un mecanismo ordenado para instalarse sobre un terreno o en un negocio, que se encuentra reflejado en el contrato social, la gente toma la vía legal y sólo una minoría, como en cualquier parte, insiste en la propiedad extralegal. Hay pues un trabajo que le corresponde hacer a los abogados y otro a los políticos.
Al final del libro se saca la impresión de que todo el problema de la pobreza tercermundista, así como el secreto de la riqueza en Occidente, se reduce a tener un adecuado sistema de representación mental de la propiedad. Aunque no falte razón a De Soto al afirmar que el legislador ha de saber oír la voz del pueblo y los ladridos de los perros, parece exagerada la reducción que hace de la propiedad al sostener que es un puro concepto mental: desde luego hay ficción, pero con fundamento en la realidad. De otro lado, aun cuando De Soto reste importancia a los asuntos socio-culturales, viene bien tener en cuenta «las contradicciones culturales del capitalismo», como quería Daniel Bell, cuando se trata de dar cuenta de las bondades y deficiencias del mercado. Por lo demás, El misterio del capital es un libro estimulante en la hora presente.
Francisco Bobadilla Rodríguez