Siruela. Madrid (1995). 380 págs. 2.500 ptas.
La novela El mundo de Sofía (ver servicio 9/95), del noruego Jostein Gaarder (1952), traducida a treinta y ocho idiomas y de la que se han vendido cinco millones de ejemplares, ha sido la novela revelación del año. Ahora se edita en castellano una novela anterior, escrita en 1991 también para los lectores juveniles, y que consiguió en Noruega el Premio Nacional de la Crítica Literaria.
Hans Thomas, un joven de doce años, y su padre emprenden un viaje por carretera desde Noruega a Grecia en busca de su madre, que ahora trabaja de modelo y que les abandonó para «encontrarse a sí misma». Durante el trayecto ocurren algunos hechos inexplicables. En una gasolinera, un enano entrega a Hans una enigmática lupa. En otro pueblo, un anciano panadero le entrega un panecillo con un libro minúsculo en su interior. La lupa servirá para leerlo.
A partir de ese momento, El misterio del solitario se transforma en dos relatos: el del viaje hasta Grecia y el que Hans lee en el librito. Pero no son dos argumentos independientes; continuamente se van lanzando puentes desde el libro diminuto hacia la vida de Hans Thomas.
La historia del pequeño libro tiene muchos ingredientes de la literatura fantástica y además ofrece reflexiones sobre las grandes cuestiones existenciales. Esta historia narra la vida de Frode, un marinero que sobrevivió a un naufragio en una isla desierta. Su única compañía fue una baraja de 53 naipes. Con su imaginación, Frode convirtió los naipes de la baraja en seres de apariencia real. Los naipes cobran vida sin cuestionarse qué hacen en la isla. Sólo el comodín se enfrenta con la realidad.
Al final, las dos historias confluyen. La ingeniosa técnica empleada por Gaarder hace que la lectura sea entretenida. Las consideraciones filosóficas, aunque leves, están engarzadas de manera inteligente. El libro admite distintas interpretaciones, sin imponer nada a los lectores. El mensaje final es optimista, pues, como dice Hans, «lo más grande de todo es el amor, que es capaz de hacer palidecer el tiempo, con la misma facilidad que el tiempo borra los viejos recuerdos».
Adolfo Torrecilla