Paidós. Barcelona (2003). 374 págs. 23 €. Traducción: Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguíbar.
El trágico ciclo nazi de Alemania, desde el surgimiento del partido hasta su victoria electoral, con el asalto a todos los centros del poder civil y militar, la locura de la Guerra Mundial y, sobre todo, el exterminio de judíos y, en menor medida, de otras minorías, ha dejado grabada una pregunta en la historia: ¿Cómo es posible que una nación civilizada, con un glorioso pasado cultural, se haya embarcado en una aventura tan loca e inhumana? Esa pregunta recibe respuesta en este libro, centrado en la fabricación del mito de Hitler.
Ian Kershaw, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Sheffield, ha logrado una merecida fama con su poderosa biografía de Adolf Hitler en dos volúmenes. Goza de cualidades que son difíciles de encontrar unidas. Es ponderado, agudo, riguroso, profundo y legible. Y brilla aquí de nuevo, aunque se trata de un ensayo anterior (1987) y más especializado, pero muy central porque aborda la clave de todo el asunto. Sobre el fondo histórico de la Alemania perdedora de la Gran Guerra (1914-1918), sacudida por los intentos revolucionarios comunistas y en una crisis política, social y económica sin precedentes, Kershaw cuenta espléndidamente la creación del mito de Hitler y su enorme papel político, desde su formación en las cervecerías muniquesas (1920), su esplendor con los osados triunfos políticos y diplomáticos (1933-1939) y su destrucción cuando la guerra aboca al desastre (1940-1945). Y dedica un capítulo aparte a mostrar el uso que Hitler hizo de su patológico antisemitismo: muy claro al principio de los años veinte, disimulado en los años treinta, cuando quería ganarse más apoyos; y desatado, al final.
Kershaw se sirve tanto de estudios de campo como de la información contemporánea, recogida por servicios secretos nacionales y extranjeros, así como de informes policiales, informes de los partidos de izquierda y testimonios cualificados. Crea un panorama de gran verosimilitud. Aunque el ascenso de Hitler debe mucho a la propaganda sistemática (Goebbels), Kershaw muestra la capacidad intuitiva del Führer para crear y controlar su propia imagen, disimular sus intenciones, dosificar sus discursos y distanciarse -sólo aparentemente- de los aspectos más impopulares del programa político nazi. Entre los años 1933 y 1938, apoyado en sus éxitos, consiguió un apoyo casi generalizado, incluso entre los sectores que eran -y se mantuvieron- severamente críticos con la ideología nazi, como sucedía con la izquierda revolucionaria y la población católica. Kershaw refleja muy bien estas reticencias.
Juan Luis Lorda