“¿Cómo se entiende que en un mismo hospital se aborte a un feto de veinticuatro semanas de gestación en una sala de partos, mientras que en la unidad de cuidados intensivos neonatales se intente salvar a un prematuro de la misma edad?” Es una de las cuestiones que plantea José María Pardo, Doctor en Medicina y Cirugía, en este libro de profundo calado científico y antropológico. Su lectura parece especialmente relevante para ginecólogos y pediatras. El autor afirma que “la honestidad en este campo consiste en reconocer lo humano cuando se encuentra”. Esto le lleva a la tesis fundamental del estudio: recordar a la medicina la condición de paciente del no nacido.
Algunas de las ideas principales de la investigación son: Los avances tecnológicos nos hacen ver la indudable humanidad del embrión. Los tratamientos médicos al no nacido y a su madre han de procurar el bienestar de ambos. El médico está ante dos pacientes: madre e hijo nonato. Los tratamientos a los nacidos prematuramente han de ser proporcionados a su grado de patología y el diagnóstico prenatal debe estar al servicio de la vida. Los recién nacidos gravemente enfermos deben gozar de cuidados paliativos pediátricos.
La historia de la medicina prenatal nos dice que, en 1650, Philippe le Goust descubrió el latido cardiaco fetal. Actualmente, en palabras del doctor Callahan, “el desarrollo tecnológico en el ámbito prenatal debería provocar un replanteamiento del aborto y fomentar una obligación moral en la defensa y promoción del bienestar fetal”. Múltiples datos científicos llevan a afirmar sin temor a equívoco que el embrión humano es un nuevo ser vivo de nuestra especie.
Veamos algunos: Las dos primeras células del embrión tienen ya dos destinos iniciales; una formará el cuerpo del embrión¸ otra será la placenta. En el día 22 de gestación el corazón del embrión late por primera vez. El feto aporta a la madre células que participan en la función regenerativa del cuerpo materno. La comunicación psico-afectiva de la mujer y el nonato genera específicas redes neuronales entre madre e hijo. En la semana 23 de gestación existe en el feto la nonicepción o transmisión del estímulo doloroso a los centros nerviosos superiores. Se han captado imágenes del llanto fetal a partir del séptimo mes de vida intrauterina.
Respecto a las patologías que se pueden destacar en el no nacido destacan las anomalías cromosómicas, enfermedades genéticas, malformaciones congénitas e infecciones fetales. El futuro de los tratamientos parece estar en un mejor conocimiento de la fisiología de la inducción del parto prematuro y el avance de la cirugía mínimamente invasiva.
En torno al diagnóstico prenatal es importante considerarlo como un servicio a la vida humana, y no como un protocolo para la muerte. El uso premortal de los diagnósticos lleva a prácticas y mentalidades eugenésicas. Según Ward, debido al incremento de pruebas prenatales, en una década no han nacido el 43% de los fetos con paladar hendido y el 64% con pie zambo. Frente a estos abusos se nos recuerda que “el portador de anomalías es un ser humano, al que se le debe el respeto al que tiene derecho todo paciente. La discapacidad no es enemiga de la dignidad humana”. Frente al llamado “síndrome del hijo perfecto” conviene defender, en casos de fetos terminales, el acompañamiento al nonato y a sus padres hasta el fin natural de la criatura. Los Perinatal Hospices, extendidos en América y Europa, se han especializado los citados acompañamientos médicos. Entre otros testimonios se recoge el de una madre al hablar de su de su hijo: “Mientras los médicos trabajaban en mi cuerpo anestesiado, se durmió para siempre, apretado contra mi rostro, mecido por mi ternura”.
El médico está ante dos pacientes: madre e hijo nonato. Al profesional de la salud se le pide competencia profesional y actuación dirigida al bien del paciente. Se ha de poner en el centro de la relación la vida humana no nacida, y no la enfermedad.
Actualmente se establece en 22 semanas la frontera de la viabilidad del niño fuera del seno materno. Una interpretación materialista de la “calidad de vida” lleva, en ocasiones, a no reanimar a un prematuro. Frente a esto lo que conviene es atender a estos seres humanos con medios proporcionados a su situación. Este libro nos ofrece una extensa metodología de actuación al respecto.
En Holanda, el Protocolo de Groningen, publicado en 2005, legaliza la eutanasia de los recién nacidos gravemente enfermos. La reacción no se hizo esperar y consiste en los cuidados paliativos pediátricos. Especialistas como Chervenak y McCullough desacreditaron al Protocolo holandés. Para los doctores Spagnolo y Comoretto la aberración de la eutanasia neonatal en Holanda radica en que sean los propios médicos los que suprimen la vida de los recién nacidos.
El autor reivindica la condición de paciente del no nacido con rotundidad y concluye:”Cuando más se estudia la literatura científica más se entiende que la ciencia es amiga de una visión ética de la vida…El amor y el conocimiento, cuando caminan juntos, pueden hacer que la vida sea una hermosa aventura también para ellos, los más pequeños, los más necesitados”.