Es una lástima que de la breve conversación que Andrea Tornielli mantiene con el Papa Francisco en este libro, que recoge también la bula Misericordiae vultus, la prensa en general haya destacado solo lo accesorio o superficial, la anécdota más que el profundo mensaje de la entrevista. Pues en ella el Papa explica que la mejor manera de vivir el Año de la Misericordia es acoger las gracias de la confesión sacramental y practicar las obras de misericordia, más urgentes que nunca para Francisco.
No sorprendió mucho que el Papa dedicara este año a la misericordia, puesto que desde el inicio de su pontificado hizo de ella un tema central de su predicación. Para Francisco, los problemas y las crisis sociales, el relativismo y la desorientación cultural, muestran una humanidad dolorosamente herida por el pecado y desesperada por salvarse. El Papa desde entonces ha instado a los fieles a reconocerse pecadores. Y a salir de su comodidad, acudir al encuentro de los desnortados y transmitirles que el pecado no es obstáculo para Dios, que sigue siendo fiel al hombre y está dispuesto a sanarle. Es en este sentido en el que hay que entender también sus mensajes en relación con la Iglesia: lo que ha querido subrayar sobre todo es la necesidad de vencer la indiferencia del cristiano frente al sufrimiento de su entorno.
Así, para el Papa el confesionario es el lugar en que el hombre se encuentra con la misericordia divina y donde el penitente, saliendo de sí mismo, recibe el abrazo de Dios. Por ser práctico, el Papa ofrece consejos para vivir bien la confesión: a los fieles, les anima a examinarse con sinceridad y a asombrarse del perdón divino; a los sacerdotes, les pide que recen y que se sientan pecadores también al administrar el sacramento. La confesión es el sacramento de la escucha, de la delicadeza y de la comprensión.
Pero la misericordia, explica, exige también el reconocimiento del pecado. Según Francisco, la obligación y la responsabilidad de decir la verdad ante el pecado no está reñida con la acogida del pecador arrepentido. No hay oposición, insiste, entre la doctrina y la misericordia, ya que justamente “la misericordia es doctrina”, transforma al pecador compungido y lo encamina a Dios, impulsándolo a levantarse de las caídas.
Las preguntas de Tornielli son interesantes y las respuestas de Francisco, pensadas, didácticas y muy claras. Pese a la brevedad del texto, aparecen temas vinculados con la misericordia de gran trascendencia, como la diferencia entre corrupción y pecado, la importancia de la humildad para la transmisión de la fe y la acogida misericordiosa, la dimensión social de la misericordia, el apostolado de la oreja o de la escucha comprensiva al que sufre, etc. En el Año de la Misericordia, la tarea es acercarse al que sufre, sin hipocresía ni condescendencia.