Las fotografías y las cartas constituyen, de entrada, la materia prima de toda caja de recuerdos: sin imágenes y sin palabras no puede haber memoria, y la reconstrucción del pasado de los individuos parte casi siempre de ellas. Hélène Gestern (Francia, 1971), profesora e investigadora en la Universidad de Lorena, que ha firmado cuatro novelas antes de esta, tiene en la fotografía uno de sus campos de estudio, y con ella arranca la narración de El olor del bosque.
Élisabeth Bathori, historiadora de la imagen especializada en catalogación, recibe un día la llamada de una anciana interesada en mostrarle el legado de su tío Alban de Willecot, un intelectual y aspirante a astrónomo, fallecido durante la Primera Guerra Mundial. Apasionado de la fotografía y de la poesía, entre sus recuerdos se amontonan las cartas que le envió al frente uno de los autores más renombrados de la época. Lo que parecería un trámite más en la carrera investigadora de Bathori se va convirtiendo en una indagación detallada que, finalmente, desenterrará e iluminará unas biografías antes condenadas al olvido histórico.
Los dos personajes principales son Alban de Willecot, enviado a las infames trincheras de la Gran Guerra con unas armas tan poco adecuadas como la sensibilidad y el espíritu crítico, y Anatole Massis, el poeta con el que se escribe. Ambos están bien logrados, y el contraste entre sus aspiraciones estéticas y las miserias del conflicto los convierten en testigos devastados de la destrucción.
Entre el resto del elenco destacan Sybille, la anciana descendiente de Willecot que guarda el gran secreto familiar bajo una capa de mutismo desabrido y, por último, Diana, la bella joven imprescindible en toda novela romántica al uso, con tantas cualidades afines al gusto contemporáneo que su misma existencia a principios del siglo XX rozaría lo inverosímil. En una trama paralela, la historiadora que rastrea sus huellas trata de rehacer su vida sentimental y superar el duelo por el fallecimiento de su marido.
La novela se estructura en capítulos muy breves, que alternan la narración en primera persona y el presente de Élisabeth con las cartas de Willecot a Massis, algunos fragmentos del diario de Diana y breves recreaciones literarias que tratan de casar unas piezas con otras y dar vida a los fragmentos perdidos de la historia. A pesar de esta disparidad de elementos, la autora no se pierde en el laberinto, y va marcando el paso de la narración sin desorientar al lector. Como en una receta, Gestern toma las dosis precisas del thriller, la novela histórica y el romance, condimentándolos con algunos trucos no demasiado sofisticados, para presentar un plato atrayente y de digestión ligera.
El olor del bosque podría inscribirse dentro de la categoría del llamado best seller de calidad: una novela extensa, bien construida, con retazos de lirismo y una intuición afinada para recurrir a aquello que atrae a los lectores de diversos géneros. Arriesgándose, podría haber aspirado a cotas más altas, sin duda, pero entonces estaríamos hablando de un libro distinto.