Las obras históricas del periodista alemán Sebastian Haffner (1907-1999) suelen ser una crónica detallista y lúcida de la Alemania de la primera mitad del siglo XX. Por sus páginas desfilan las dos guerras mundiales y los decisivos años de entreguerras. No suelen decepcionar porque el autor intenta ahondar en las motivaciones profundas del pueblo y de los políticos alemanes.
En el caso de El pacto con el diablo, su breve extensión contribuye a una lectura ágil y apasionante acerca de las relaciones entre Alemania y Rusia desde la revolución bolchevique hasta la invasión hitleriana de la Unión Soviética. Por lo general, estamos acostumbrados a que se presente como una alianza maquiavélica el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin para repartirse Polonia, pero Haffner no lo considera el culmen de la estrategia diplomática. En el ánimo del Führer estaba decidida una guerra contra los rusos como aplicación de su doctrina del “espacio vital” alemán. El pacto era tan sólo una tregua, pues en 1941 vendría un ataque alemán tan arbitrario como poco calibrado en sus consecuencias.
Por el contrario, las relaciones del gobierno del Kaiser con los bolcheviques, con importantes pérdidas territoriales para Rusia con la paz de Brest-Litovsk, aunque daban un respiro a la revolución de Lenin, responden a la tradición de Bismarck de las alianzas secretas. Haffner nos presenta a un Lenin de “humildad casi sobrehumana”, dispuesto a firmar un tratado vergonzante pero que aparta a Rusia de la I Guerra Mundial. Después de todo, uno de los señuelos de la revolución de octubre ha sido la paz para un país desmoralizado por las continuas derrotas.
Pese a todo, la revolución comunista fracasa en la patria de Marx y se frustra así el sueño bolchevique de construir un eje socialista germano-ruso. A falta de afinidad ideológica se impone un pragmatismo que une a la República de Weimar con el Estado soviético por medio del tratado de Rapallo (1922), y curiosamente son los alemanes más conservadores, los más proclives a entenderse con Rusia con el objetivo, entre otros, de recuperar los territorios cedidos a los polacos. El tratado es una reacción contra las humillaciones de la paz de Versalles y lleva también a un entendimiento secreto entre los ejércitos alemán y ruso.
Lo más paradójico de estas situaciones, que superan con mucho las estrategias de Bismarck, es que no son compartidas por los socialdemócratas, más partidarios de un acercamiento a Francia. Esta izquierda moderada se convertirá en blanco de las iras de los comunistas alemanes y, por supuesto, del propio Stalin. Con todo, la entente germano-rusa se deteriorará con la llegada al poder de Hitler.
En definitiva, el libro de Haffner es un sorprendente repaso histórico que subraya el papel crucial de la geopolítica en la política exterior alemana. Su ubicación en Europa central le llevará siempre a tener una especial relación con el gigante ruso.