Michael O’Brien es autor de una saga de seis novelas de género apocalíptico titulada Hijos de los últimos días, de notable éxito en el mundo anglosajón. Se traduce ahora al castellano la cuarta de la serie. El formato es el de un best seller de intriga religiosa (una cruz en la portada, un monje en la sombra), pero en lugar de los tópicos al uso de papas corruptos e intrigas eclesiásticas para hacerse con el poder mundial, aquí se pinta algo más real: una Iglesia católica perseguida por los poderes públicos, que han ido concentrándose en una sola persona, carismática, conciliadora y ambigua.
Un monje hebreo, antiguo ministro del Estado de Israel y converso luego, es llamado al Vaticano para desarrollar una delicada misión: descubrir si ese líder mundial es el Anticristo e intentar controlar su creciente y maligna influencia. O’Brien pinta un mundo actual perfectamente reconocible, en el que impera un laicismo de salón que va minando la unidad de la Iglesia y no duda en eliminar a sus disidentes. Algo desmedida quizá, la novela contiene acción, dramatismo y una fuerte dosis de acertado análisis teológico de las circunstancias actuales, que hacen que se lea con interés y con cierto sobresalto.