El pedestal de las estatuas

Antonio Gala

GÉNERO

Planeta. Madrid (2007). 540 págs. 22 €.

Después de publicar una obra de teatro, «Inés desabrochada», y «El poema de Tobías desangelado», regresa Gala al género que le ha hecho más popular, en este caso con una novela de corte histórico. En el prólogo, en el que el autor describe cómo se encontró este supuesto manuscrito, Gala habla de que no se trata de una novela histórica sino «de una historia novelesca». El narrador es Antonio Pérez, el que fuera secretario de Felipe II y que, con su exilio y con sus escritos dio origen en parte a la leyenda negra española. No resulta baladí la elección de este narrador, con el que Gala quiere presentar una visión heterodoxa de la historia de los siglos de oro españoles. El estilo es seco, didáctico, histórico, plagado de datos, con los que abruma a los lectores, que no encuentran los habituales ingredientes de la novela histórica, pues el libro es la narración que Antonio Pérez hace de los reinados de Enrique IV, Juana la Beltraneja, los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II.

Sin embargo, al poco de comenzar la novela ya vemos que la elección del narrador es una mera excusa para que Antonio Gala coloque sus opiniones sobre la historia de España, los Reyes Católicos, la religión, la política, la homosexualidad, etc.

Cuando narra los hechos históricos, domina en el relato un tono neutro, bastante plomizo, con el que selecciona los sucesos que mejor le vienen para que cuadre su interpretación de la historia. Cuando el personaje principal habla de sí mismo, cae en los habituales rasgos estilísticos que le han hecho famoso. El tono almibarado y meloso es especialmente visible cuando Pérez habla de su «afición a los jóvenes esbeltos y dadivosos de su hermosura». La misma manipulación se aprecia cuando habla de la Iglesia: «acaso el origen de tanta tiniebla española esté en la religiosidad con anteojeras que nos separó de todos los demás».

La novela tiene más de 500 páginas. Y hasta la 250 no comienza Antonio Pérez a hablar de sucesos relacionados con su vida; hasta ese momento, hace un pastoso resumen «sui generis» de los reinados anteriores a Felipe II. Como novela histórica, pues, resulta bastante pesada. Su mensaje, además, resulta muy tramposo. Y estilísticamente, asistimos al enésimo espectáculo pirotécnico de una prosa epidérmica y sensual, plagada de tópicos.

Adolfo TorrecillaACEPRENSA

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