Alfaguara. Madrid (2006). 304 págs. 19,50 €.
Poco tiene que ver «El pintor de batallas» con el resto de las novelas de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951). Aquí no hay acción trepidante, ni aventuras, ni episodios espectaculares. Pérez-Reverte ha escrito su novela más intimista y, también, la más pesimista, pues en ella dibuja sin ambages esa visión desesperanzada del ser humano que deja caer a trozos en sus novelas, entrevistas y artículos periodísticos.
Un antiguo fotógrafo de guerra, Andrés Faulques, decide abandonar su profesión tras recorrer durante treinta años los puntos más conflictivos del planeta. Lleva siete años retirado en la Cala del Arráez, en el Mediterráneo, en una abandonada torre vigía que le sirve de refugio. Faulques ha cosechado con su trabajo importantes premios. Durante tres años convivió con Olvido Ferrara, fotógrafa también, que decidió abandonar las pasarelas de la moda y el «glamour» para recorrer con él los escenarios de la guerra, lugares donde la vida está en carne viva, sin artificios. Olvido, sin embargo, falleció durante la guerra en Vukovar (Croacia), suceso que adelanta la crisis existencial de Faulques y que, años después, provocará su retiro.
Él sabe que ninguna de sus fotografías ha podido captar lo que ha sentido; por eso pinta en las paredes de la torre una pintura mural que sintetice sus obsesiones sobre la guerra, sirviéndose de las experiencias pictóricas de otros grandes pintores de batallas como El Bosco, Paolo Uccello, Goya…
Faulques convive con sus recuerdos y con la obsesión por ese cuadro que está pintando. Pero, de pronto, irrumpe en su vida un soldado croata a quien retrató hace quince años durante la guerra de Sarajevo y cuyo rostro fue portada en numerosos medios de comunicación. La fama que le proporcionó esa fotografía a Ivo Markovic, el soldado, fue también su castigo: hecho prisionero y torturado por los serbios, su familia pagó de manera trágica las consecuencias. Tras años de búsqueda, Ivo Markovic encuentra por fin a Faulques.
Entre los dos se establece una curiosa relación que les lleva a repasar sus vidas y a explicarse su vinculación con la guerra. La novela consiste sobre todo en esas conversaciones, puesto que la acción queda definida casi desde su principio. Faulques desgrana en estos diálogos su concepción de la vida y del ser humano: «el hombre tortura y mata porque es lo suyo. Le gusta». Como ha dicho Pérez-Reverte en una entrevista, «no es un libro autobiográfico, aunque Faulques se parezca a mí. Uso mi biografía, o mejor aún, mi mirada, lo que yo he visto».
Los habituales lectores de Pérez-Reverte pueden sentirse descolocados ante esta nueva y distinta novela, menos aventurera. Es cierto que en ella hay más oficio, menos truco, más calidad literaria. Pérez-Reverte ha trabajado bien la estructura, y la elección de escenarios bélicos, y el mundo de la fotografía y de la pintura añade posibilidades estéticas que no desaprovecha. En relación con sus personajes, sin embargo, mantiene la fidelidad a sus ya conocidos estereotipos: Faulques posee un carácter compacto y desafiante (parecido al del autor), propio de la galería de personajes masculinos de sus obras; también Olvido, la protagonista femenina, mantiene la misma función que otras mujeres en sus novelas: «Ella es la mirada lúcida que hace a los hombres ser conscientes de sí mismos». El amor que sienten el uno por el otro pretende ser el contrapunto temporal a tanto derroche de horror como contemplan a su alrededor. Pérez-Reverte carga la mano en intelectualizar e idealizar ese amor, tanto que lo hace inverosímil, de cartón-piedra.
La guerra adquiere en esta novela matices dramáticos y originales, pues no cae el autor en un pacifismo hortera ni en una glorificación del terror. Sin embargo, al colocar la guerra como el exclusivo símbolo de la existencia, su punto de vista es moralmente desolador: «el desastre devuelve al hombre al caos del que procede».
Adolfo Torrecilla