El problema del dolor

AUTOR

TÍTULO ORIGINALThe Problem of Pain

GÉNERO

Rialp. Madrid (1994). 157 págs. 1.500 ptas.

Cuando el hombre choca con el dolor es natural que se pregunte qué sentido tiene. Y que se lo plantee cara a Dios -con esperanza o rebeldía-, pues ninguna otra instancia puede ofrecer una respuesta. La formulación del problema no ha cambiado mucho desde tiempos de Job. De modo que este libro publicado en 1947 por C.S. Lewis (1898-1963), el célebre profesor de literatura medieval en Oxford y admirado escritor cristiano, sirve también para el hombre de hoy.

En su forma más simple, el problema puede resumirse como lo hace el autor: «Si Dios fuera bueno, querría que sus criaturas fueran completamente felices; y si fuera todopoderoso, podría hacer lo que quisiera. Mas como las criaturas no son felices, Dios carece de bondad, de poder o de ambas cosas». Para contestar a la objeción, C.S. Lewis comienza por explicar qué debe entenderse por omnipotencia y bondad divinas, nociones desfiguradas cuando pretendemos enjuiciarlas con criterios a ras de tierra.

No podemos concebir a Dios como un abuelo benevolente y permisivo, sino como un Padre que, porque ama a sus hijos, quiere perfeccionarlos: «Pedir que el amor de Dios se contente con nosotros tal como somos significa pedir que Dios deje de ser Dios». En el fondo, todo hombre con aspiraciones sabe que necesitaría cambiar, aunque le cueste reconocerlo: «Solemos sugerir -dice Lewis- que los vicios habituales son actos excepcionales aislados. Con las virtudes cometemos, en cambio, el error opuesto. Nos ocurre como a los malos tenistas, que definen su estado normal de forma como ‘tener un mal día’ y confunden sus infrecuentes éxitos con días normales».

Es el dolor el que viene a sacarnos de esta tendencia a la mediocridad satisfecha: «Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo». El dolor destroza la ilusión de que todo marcha bien, acaba con el sueño de la autosuficiencia y puede impulsar al hombre a abrazar algo que le contraría para abandonarse a la voluntad de Dios y alcanzar así su fin.

Lewis desarrolla este itinerario con agudos razonamientos intelectuales que aportan claridad a un tema propicio a las reacciones puramente sentimentales. Lo hace siempre dentro del marco de la fe cristiana, si bien su estilo tiene poco que ver con el de un teólogo profesional. De este modo, ofrece respuestas coherentes al problema intelectual del dolor. Otra cosa es la capacidad de aceptar el dolor cuando se siente en propia carne, como le ocurrió después a Lewis a raíz de la muerte de su esposa (cfr. servicio 33/94 sobre Una pena observada). En tales momentos, reconoce Lewis, «la más leve tintura de amor de Dios [ayuda] más que cualquier otra cosa».

Ignacio Aréchaga

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