“El thriller ha matado el escalofrío intelectual”, comenta uno de los protagonistas de El problema final referiéndose a los cambios acaecidos en el género policiaco, donde el relato de misterio, de ingenio intelectual, ha dejado paso a la novela negra, repleta de acción, violencia, detectives desengañados y muchos cadáveres. De hecho, esta novela está concebida como un homenaje a las narraciones policiacas clásicas, de manera especial a las de Arthur Conan Doyle, protagonizadas por Sherlock Holmes, y a las de Agatha Christie, aunque también a las de otros, como Edgar Allan Poe, que explotaron al máximo los misterios irresolubles.
Así, incluso el escenario en el que transcurre la novela recuerda a Diez negritos. En un pequeño hotel de la isla de Utakos, al lado de Corfú, a comienzos de los años sesenta, van a parar una serie de turistas de diferentes procedencias. Unos llevan varias semans instalados; otros acaban de llegar para cobijarse de una fuerte tormenta que impide la navegación. Se encuentran aislados y sin posibilidad de abandonar la isla. Uno de ellos es Ormond Basil, el narrador, un atractivo y elegante actor, ya metido en la sesentena, que lleva años desaparecido de las pantallas, en parte porque quemó su imagen cuando se especializó en interpretar exclusivamente películas de Sherlock Holmes. Junto con él, se alojan en el hotel una pareja de alemanes, un famoso productor de cine italiano y su amante, dos turistas inglesas, un médico turco, la directora del hotel, tres empleados y Paco Foxá, un escritor español de novelas policiacas de las que se venden en los quioscos.
Un día aparece muerta Edith Mander, una de las turistas inglesas. Todo apunta al suicidio; sin embargo, Basil y Foxá, expertos en novelas policiacas, creen que ha sido asesinada. Tiempo después se encuentran muerto también a otro de los turistas Como la policía no puede hacer acto de presencia, y teniendo en cuenta los antecedentes cinematográficos de Basil, le piden que se encargue de la investigación; Basil cuenta con la ayuda de Foxá, que se convierte en su Watson particular.
La mezcla de realidad y ficción resulta entretenida y brillante, lo mismo que las constantes reflexiones sobre el sentido y la finalidad de las novelas policiacas clásicas y sus notables diferencias con las contemporáneas, aunque Pérez-Reverte ha acentuado demasiado la pasión que sienten algunos personajes por el mundo de Sherlock Holmes. Los diálogos, constantes y eruditos, se entrelazan con el desarrollo puntilloso de la investigación, planteada según los métodos deductivos del famoso detective. Todo –el estilo, la ambientación, los personajes, el ritmo y hasta la resolución (hábil, pero un tanto peliculera)–, recuerda a aquellas novelas distinguidas y desafiantes en las que el ingenio para buscar la solución al caso brillaba siempre por encima de la acción.