Primera parte de La saga de los Forsyte. El propietario (1906) comienza presentando a los miembros de esta acaudalada familia burguesa justo en el momento en que la primera generación, que ha conseguido con tesón pasar a formar parte de la nueva clase urbana capitalista, pasa el testigo de su codicia a la segunda, ya asentada en Londres y dedicada a salvaguardar su prestigio social. Los Forsyte son el reflejo de esa burguesía exitosa e hipócrita, en ocasiones ridícula, que no se pregunta el porqué de las cosas, sino cuánto valen.
La trama de este primer episodio gira en torno a Soames Forsyte y la tormentosa relación que mantiene con su mujer. Soames siente que su esposa, Irene, se aleja inexorablemente de él, cansada de la anodina superficialidad a la que ha terminado condenándola el matrimonio. Pero un Forsyte no puede resignarse y Soames no lo hará. A partir de ahí se suceden las pasiones turbulentas, las incomprensiones y la insatisfacción existencial que ni el dinero ni el lujo pueden paliar. La narración a veces alcanza el costumbrismo y describe un ambiente henchido de celos y envidia, destacando la corrosión moral que provocan.
Galsworthy está considerado un escritor menor, algo bastante injusto si se lee su obra, en la que esculpe con maestría la fatuidad victoriana y carga contra la pretenciosidad del nuevo rico. Esta edición trata de hacer un poco de justicia a un autor al que en apariencia venció el apremio modernista, como explica la introducción, imprescindible para entender la importancia de esta obra. En su estilo, en ocasiones preciosista, destila una ironía inteligente: es en ella donde descuella el verdadero talento de Galsworthy. Tal vez por eso El propietario sepa a poco: uno desea saber lo que el destino depara a esta familia y tiene el impulso de adentrarse en el resto de la saga.