Diego Alatriste, soldado viejo, tiene su biografía pintada en la estampa, un cuerpo recosido tras mil peleas y una media sonrisa que se vende muy cara. Treinta años al servicio de unos reyes dueños de medio mundo y temidos por el otro medio, batiéndose por una patria desagradecida, han borrado la alegría de su cara. Sus únicas lealtades son con los compañeros de armas, con los que ha defendido a España o se ha aliado en aventuras mercenarias. Gente de acero y silencios, pendencieros, bebedores y taciturnos. Iñigo Balboa vuelve a relatar un nuevo episodio de sus memorias, el séptimo, cuando él tenía ya dieciocho años.
Ya los hemos visto juntos en Sevilla, Madrid, Flandes y el Mediterráneo. Ahora el tablero del poder les coloca en Venecia en 1627, donde habrán de llevar a cabo una misión de sangre para desestabilizar políticamente a la Serenísima, en favor del austria de turno y de su todopoderoso valido. Volveremos a encontrarnos con Quevedo e intervendrán otros personajes históricos, como Saavedra Fajardo.
Pérez-Reverte se mueve de nuevo a sus anchas en unos escenarios históricos que domina. Controla y explica con destreza los tejemanejes políticos de la época, se gusta retratando el carácter español y muestra con mucho acierto la psicología militar y la camaradería varonil de unos personajes cansados para los que el honor lo es todo. Lo único, en realidad.
No hay que olvidar que la novela histórica es ante todo novela. La parte de ficción nos introduce en unos ambientes de un modo que nos implica personalmente, donde la verdad histórica no lo es todo. Como dice el autor, «la ficción no es sino una faceta insospechada de la realidad. O viceversa». Tener esto presente, a la vez que recordar que quien escribe tiene sus filias y fobias particulares, ayudará a disfrutar la novela no esperando más de lo que puede dar, que no es poco.
Pérez-Reverte domina los entresijos narrativos de sus historias, y esta es ya una muy larga a la que quedan, al menos, dos episodios más. El conjunto muestra una maestra planificación donde cada capítulo, al servicio del total, es adornado con momentos emocionantes para que el interés no decaiga en una trama, aparentemente, estirada en exceso. El estilo esmeradamente cuidado, con un riquísimo castellano que rescata palabras, giros y expresiones que nos trasladan al Siglo de Oro. El autor logra otra vez el raro milagro de juntar esas especies de agua y aceite literarios que son la calidad y la popularidad.
El puente de los asesinos no es el episodio más vibrante ni de más acción de la serie, pero es uno de los que mejor muestran el carácter del personaje. Alatriste, duro y bragado, como ya le conocíamos, tendrá de nuevo tiempo para la amistad y el amor, para la venganza y la lealtad, será capaz de conmoverse hasta las lágrimas y cinco minutos después degollar a un enemigo sin pestañear, volverá a jugar los naipes que le han tocado en «la grasienta baraja de la vida» y conseguirá una vez más la verdadera victoria de un soldado, seguir vivo.