Espasa Calpe. Madrid (2006). 313 págs. 22,90 €. Traducción: Gonzalo García.
No es frecuente que el libro de un político, en este caso del ex ministro de Asuntos Exteriores alemán Joschka Fischer, tenga rasgos de publicación de corte académico bien elaborada. Lo es menos que un integrante del partido Verde, un hijo del mayo del 68, haga unos lúcidos análisis sobre las relaciones internacionales a comienzos del siglo XXI lejos de los repetitivos discursos del antiamericanismo y la antiglobalización.
Este es un libro escrito por un atlantista, un firme defensor del vínculo entre Europa y EE.UU., y que desearía que esta relación trascendiera la dimensión militar de la OTAN y abordara aspectos económicos, civiles y culturales. Nada de esto es incompatible con el acendrado europeísmo del autor, que desea una Europa con peso específico en lo diplomático y lo militar. Se equivocan aquellos que quieren una Europa que sirva de contrapeso a los norteamericanos, pues eso sólo llevará a una fractura de Occidente en un momento en el que asistimos a la ascensión global de las potencias asiáticas y a la grave amenaza del terrorismo islamista. Quien se opuso como Fischer a la intervención en Irak, no tiene reparos en reconocer que un fracaso americano en Oriente Medio conllevaría una seria amenaza para la cercana Europa.
El autor arremete contra las ilusiones posmodernas del fin de la Historia, tan de boga en los años noventa, pero tanto las atrocidades de los Balcanes -el ministro Fischer apoyó la intervención en Kosovo- como el 11-S demuestran que la Historia ha entrado súbitamente en escena. El principal peligro, no obstante, sigue estando en ese eje árabe-musulmán, que va de Marruecos a Indonesia, y cuyo principal factor de inestabilidad es su atraso secular y su alejamiento de los circuitos de la globalización. No todo se soluciona con la paz en el conflicto israelo-palestino, pero será un factor importante al arrebatar al islamismo una de sus armas de propaganda.
Por lo demás, Fischer consigue con este libro una síntesis entre los valores y los intereses europeos, en la línea clásica del victoriano Lord Palmerston que dejaba a un lado las categorías emocionales en política exterior. El problema es que en Europa no todos quieren escuchar este mensaje, en el que se preconiza a la vez un «soft power» y un «hard power», porque, a diferencia de la época de la guerra fría, nuestras sociedades pretenden vivir al margen de la Historia.
Antonio R. Rubio