Robert Kagan, ensayista político y asesor del candidato republicano, John McCain, pretende despertar al mundo posmoderno, en especial a Europa, del idealismo kantiano característico de los años siguientes al final de la guerra fría. Algunos nos dirían que ese idealismo resultó gravemente dañado tras el 11-S o con los efectos de la guerra de Irak, pero esos hechos crearon la incompleta percepción de que el terrorismo islamista es la principal amenaza a la seguridad internacional. Sin embargo, Kagan pretende demostrar que volvemos al escenario tradicional en las relaciones internacionales: la tensión entre las grandes potencias, aunque de momento sólo exista una superpotencia, los EE.UU.
El autor construye su exposición en torno a dos bloques mundiales: las democracias y las autocracias. Las primeras estarían representadas por los miembros de la OTAN o la UE, aunque también cabrían en este grupo países como Japón, India o Brasil. En cambio, los principales exponentes de las autocracias serían China y Rusia, cuyo poder económico, político y militar crece, y que no han evolucionado hacia la democracia, tal y como se esperaba hace unos años. Irán, con su carrera hacia el arma nuclear, es también candidata al club autocrático. Las autocracias conciben el poder en términos del siglo XIX, y no de criterios posmodernos del siglo XXI, y tienen un fuerte componente nacionalista que les atrae el apoyo de sus pueblos.
Si las autocracias se fortalecen, las democracias también deben hacerlo. Por eso Kagan propone una liga mundial de las democracias, que no sea sólo de europeos y americanos. Se diría que pretende ensanchar el concepto de “mundo libre”, de amplio uso en la guerra fría, e incluso el propio concepto de Occidente, un espacio situado allí dónde existan regímenes liberales y democráticos. La idea no es nueva, pues el periodista Clarence G. Streit abogó en 1939 por una liga democrática frente a las potencias del Eje, pero el problema actual sería fijar los criterios de lo que hoy es una democracia.
Los regímenes populistas americanos, que presumen de legitimidad en las urnas, no se unirían a una liga encabezada por Washington, ni tampoco es creíble que países democráticos como Brasil, Sudáfrica e India, con una estrategia de buena vecindad con países limítrofes, estén dispuestos a alinearse con las democracias occidentales. Sin embargo, Kagan tiene razón en un aspecto: el mundo multipolar que algunos preconizan, al estilo del directorio europeo de potencias del XIX, no será necesariamente bueno para el ideal democrático liberal, pues en él también dominarían algunas autocracias.