Tras el éxito de Hamnet, novela de la que se han vendido más de un millón de ejemplares, cien mil de ellos en español, Maggie O’Farrell (Irlanda del Norte, 1972) vuelve a utilizar un personaje histórico. En este caso se trata de Lucrezia, la hija del gran duque Cosimo I de’ Medici, gobernador de la Toscana.
Con solo quince años, Lucrezia contrae matrimonio, en 1560, con Alfonso d’Este, que se convierte a la muerte de su padre en duque de Ferrara. La boda tiene lugar en Florencia y después los esposos se trasladan a Ferrara.
Más que en los hechos históricos, que son el fondo de la trama, la autora se centra en el análisis de la protagonista, Lucrezia, quien tiene un carácter muy especial que no encaja ni en la vida en el palacio de su familia ni en las expectativas que han puesto sobre ella en Ferrara. Se trata de una joven sensible, distinta, con muy buena mano para el dibujo y la pintura, a la que le cuesta someterse a las innumerables convenciones que tiene que asumir, especialmente tras su matrimonio, pues Alfonso está obsesionado con que ella se quede embarazada para garantizar con un heredero la continuidad del título y solucionar así graves problemas familiares que pueden desatarse si eso no ocurre.
Alfonso es un personaje complejo, con dos caras. Por un lado, es un ser despótico, que disfruta imponiendo sus decisiones, que deben aceptarse sin rechistar. Por otro, en muchas ocasiones se presenta ante Lucrezia como un amante sensible y sentimental. Pero Lucrezia no se fía de su comportamiento, lo que provoca intermitentes y peligrosos distanciamientos.
Todos se cuenta desde la perspectiva de Lucrezia, quien va viendo cómo sus sospechas se hacen realidad: “Temo por mi vida”. La novela, especialmente en la primera parte, transcurre con frecuentes cambios de tiempo y de escenario, para contar la vida de los padres de Lucrezia y de la joven en la Florencia de aquellos años, aunque ella poco pudo disfrutar de la vistosidad de aquella ciudad, encerrada como vivió en el palacio, preparándose para lo que sus padres dispusieran de ella.
O’Farrell escribe con mucho detallismo, recreando con fidelidad y algunas licencias históricas la atmósfera de aquel tiempo y de aquella vida. Hay escenas muy conseguidas, como el descubrimiento de una tigresa y otras fieras salvajes en el palacio de su padre, la boda de Lucrezia en Florencia y todo lo relacionado con el cuadro que Alfonso ha encargado de ella al pintor Sebastiano Filippi, el Bastianino.
Vuelve a sobresalir O’Farrell en el estilo delicado, en el ritmo, en la construcción de ambientes y en la manera de abordar la crisis de Lucrezia, contada desde el interior. Un personaje bien construido que refleja, además, el papel de los matrimonios programados en el devenir del poder y la política de aquella época.