Este segundo libro póstumo del neurólogo y escritor inglés Oliver Sacks quizá no alcance la popularidad de otros suyos, como Despertares, El tío Tungsteno, Alucinaciones o sus, en cierto modo, escandalosas memorias, En movimiento. Pero reúne diez ensayos en los que hay consideraciones y apuntes de gran relieve.
Así, por ejemplo, realiza apreciaciones interesantes sobre la memoria y su relación con la creatividad. O sobre la validez, no reconocida hasta mucho más tarde, de muchos adelantos científicos del siglo XIX (el caso de Mendel es emblemático). En ese siglo, sobre todo en su segunda mitad, quienes se dedicaban a la ciencia eran muy detallistas y exhaustivos en sus observaciones y las presentaban muchas veces con un bello estilo. Eso, según lamenta Sacks, ha desaparecido en nuestro tiempo, en el que se impone la especialización.
El primer ensayo, dedicado a Darwin, destaca del naturalista su faceta de botánico e incluso explica que afirmó que le interesaban más las plantas que los animales. De paso, Sacks incide en el tópico de que el evolucionismo suprime el diseño divino, cosa que Darwin nunca escribió. En otro texto se ocupa de Freud y señala lo interesante que fueron sus trabajos como neurólogo, antes de hacer el giro hacia el psicoanálisis que, como bien se sabe (aunque Sacks no lo reconoce, pues él mismo se psicoanalizaba), se ha quedado bastante obsoleto, ya que la investigación en neurociencia ha ido por otros caminos.
No existe en estos ensayos sistemática alguna. Son observaciones puntuales sobre fenómenos psicológicos, expuestas con amenidad y con cierta erudición, como era habitual en Sacks. Temas como las percepciones sensoriales y sus equívocos, el relato de experiencias cercanas a la muerte o trastornos auditivos aparecen en estas páginas en las que se afronta la conexión de la ciencia con las humanidades.
Además, de vez en cuando, se pueden leer afirmaciones tan certeras como esta, sobre la educación: “Una educación demasiado rígida, demasiado formularia, demasiado carente de narrativa, puede destruir la mente antaño activa e inquisitiva de un niño. La educación tiene que alcanzar un equilibrio entre estructura y libertad, y las necesidades de cada niño pueden variar enormemente”.