La obra de Elizabeth von Armin refleja fielmente su intensa existencia: nacida en Australia (1866) y educada en Inglaterra, se trasladó a vivir a una finca en la región de Pomerania, en Alemania, lugar que inspiró su conocida novela Elizabeth y su jardín alemán, publicada en 1898 (ver Aceprensa 30 abril 2008). Residió en seis países, estuvo casada con dos aristócratas, fue madre de cinco hijos y, entre sus numerosos amantes, se cuenta H. G. Wells.
Al declararse la segunda guerra mundial se trasladó a EEUU, donde murió en 1941, a los pocos meses de haber acabado de escribir El señor Skeffington, una novela en la que aborda -con una gran madurez personal y literaria- las relaciones amorosas y la obsesiva conciencia del paso del tiempo. Tal fue el éxito del libro que a los tres años de su publicación el argumento de la obra fue llevado al cine.
Fanny Skeffington, que fue una bellísima mujer y ahora está a punto de cumplir cincuenta años y físicamente muy deteriorada debido a una grave enfermedad, comienza a recordar de modo insistente a su marido, el señor Skeffington, el único hombre de los muchos que tuvo con el que se casó, pero del que se divorció hace más de 25 años. La imagen de su marido se le presenta, sin desearlo, una y otra vez. Busca remedio en los que fueron sus amantes, pero transcurrido el tiempo ninguno parece desear recuperar la amistad con la altiva y decrépita Fanny, que tan injustamente iba despidiéndolos en el pasado uno tras otro.
“¿Qué podía ser más trágico para esa mujer que, acostumbrada a ser hermosa toda la vida, descubría que sin la belleza no le quedaba nada a lo que recurrir?”. Este es el tormento de Fanny, y la novela, la búsqueda de una respuesta. Cuando la belleza ya se ha marchitado, hace balance de su vida sentimental y acaba hallando una respuesta esperanzada a su búsqueda.
Con una gran sinceridad, la autora desgrana, uno tras otro, los errores de una existencia vacía, que ha buscado su sustento únicamente en una efímera belleza. Y lo hace transmitiendo las emociones y sentimientos de la protagonista. Además, la fina ironía de la que hace gala aporta a toda la narración un toque de desenfado que provoca no pocas veces la carcajada del lector.