Cátedra. Madrid (1998). 139 págs. 1.400 ptas.
El siglo XXI será el siglo de las mujeres. Eso dicen quienes, como Victoria Camps, consideran que la revolución de la mujer ha sido la mayor del siglo que acaba.
Camps no se ajusta ni al modelo del feminismo de la igualdad ni al del feminismo de la diferencia. Ya desde el capítulo que dedicó al tema en su libro Las virtudes públicas, mantiene que «adherirse al discurso de la diferencia no debería significar dejar de proclamar la igualdad de derechos; y adherirse al discurso de la igualdad, no debería implicar una propuesta de simple imitación y repetición de lo masculino». Al contrario, señala, «empeñarse en imitar los papeles masculinos quizá no sea la mejor opción», y propone que la nueva andadura del feminismo debería ser más creativa.
A lo largo de los siete capítulos de este nuevo ensayo, Camps reflexiona sobre la aportación específica que la mujer puede ofrecer a la sociedad y avanza sugerentes ideas. El libro pivota en torno a los dos flancos débiles que tiene todavía la igualdad conseguida por la mujer: la división del trabajo en la vida privada, que sigue siendo discriminatoria, y el difícil acceso a los puestos de mayor responsabilidad.
Los objetivos que señala para el nuevo feminismo son cuatro: la educación, el empleo, la política y los valores éticos. Constata lo difícil que es el cambio de las mentalidades, tarea de la educación. Respecto al segundo objetivo, vislumbra que nos dirigimos a un cambio sobre la concepción misma del trabajo, en un sentido más acorde con la forma femenina de trabajar, que incluye la flexibilidad y mayor integración de los ámbitos público y privado. En la política y los órganos directivos en general, se requiere que la presencia de la mujer deje de ser una rareza. Por último, Camps destaca la ética del cuidado, aportación femenina que hay que conservar y extender también entre los hombres, para contrarrestar la presencia absoluta de los valores económicos y consumistas.
El libro acaba con cuatro apéndices, entre los que destaca el comentario a la carta apostólica Mulieris dignitatem de Juan Pablo II. Se trata de la visión de una persona que se declara agnóstica, pero que proviene de una cultura cristiana. Después de destacar la doctrina positiva del Papa sobre la mujer, y adhiriéndose a lo que el Pontífice llama el «genio» de la mujer -su especial sensibilidad por la persona-, manifiesta lo difícil que es entender para la mentalidad actual que sólo los varones estén llamados al sacerdocio. Pero esta cuestión exige una respuesta teológica que el libro no ofrece.
Blanca Castilla y Cortázar