En tiempos de laicismo no viene mal aproximarse al primer mandatario europeo convertido al cristianismo. Y decimos europeo aunque quizás sea un anacronismo, si convenimos con Christopher Dawson en que Europa nace, siglos después de Constantino, de la alianza entre Carlomagno y el Papado. Sea lo que fuere, el hecho es que fue el primer emperador romano cristiano, lo que significó el cese de las persecuciones y el nacimiento de la vida pública de la Iglesia. Pero, contra lo que suele oírse o incluso leerse a veces, Constantino no transformó en oficial la religión cristiana.
Veyne, historiador francés especialista en la Antigua Roma, traza una semblanza muy documentada del emperador y convence al lector de que Constantino, pese a dilatar su bautismo hasta la muerte, poseía una fe auténtica. Para él Cristo fue mucho más que el dios que le hizo vencer en la batalla de Puente Milvio contra Majencio (aunque ese fue el momento de su conversión), sino el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.
Constantino, según Veyne, ejercía un proteccionismo demasiado acusado sobre la Iglesia, lo que nos inclina a vislumbrar como beneficioso que los Papas dejaran de tener, años después, un emperador poderoso tan cerca de casa.
Veyne trata de despejar los tópicos que sobre la figura de Constantino han depositado unos y otros, y nos ayuda a comprender un momento crucial de la historia. Un siglo largo después el Imperio Romano de Occidente iba a desmoronarse, pero la Iglesia ya estaba organizada, y sirvió de nexo de unión entre un mundo que se acababa y otro que iba a alborear no sin grandes penalidades.
El pensador francés no sólo trata de reconstruir la historia documentalmente, lo cual ya es bastante meritorio, sino que se mueve en el ámbito más amplio de la filosofía de la historia, y aun de la teología. Veyne trata siempre de interpretar los hechos y de sacar conclusiones para el mundo de hoy, actúa como sagaz filósofo de la religión y muestra las profundas divergencias existentes entre el cristianismo y las religiones antiguas.
El libro sirve para reflexionar sobre el papel que debe desempeñar la religión en la vida pública de las naciones y sobre las relaciones entre el Estado y el hecho religioso. También entra en el debate sobre las raíces cristianas de Europa, no mostrándose partidario de que dichas raíces estén presentes en la Europa de hoy.
La obra cuenta con un apéndice -“Politeísmo o monolatría en el judaísmo antiguo”- que extraña un poco en el conjunto de la obra. Aunque se reconoce como no experto en lenguas bíblicas, Veyne se apresta a demostrar que el monoteísmo no es claro en buena parte de la historia judía, cuestión que, en efecto, requeriría una mayor especialidad en la Biblia, sus lenguas y su interpretación.