En uno de los aforismos incluidos en sus Cuadernos de escritura, afirma Carlos Pujol que “Hacer libros divertidos, pero secretos es la fórmula”. Pienso que esto se cumple en su último relato, pues capta al lector desde el primer momento con una historia que se desarrolla en Alemania cuando acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial y los aliados dominan el país. El narrador es un teniente norteamericano, profesor de literatura comparada, que tiene antepasados alemanes y decide pedir una semana de permiso para tratar de localizar a sus parientes en una aldea de un valle perdido entre bosques en el sur del país ocupado. Durante la estancia, se producen dos asesinatos y el teniente se verá envuelto en un buen lío.
La ambientación está muy lograda, la tensión entre vencedores y vencidos se palpa con notable vigor y con la ayuda de unos diálogos muy medidos, llenos de sutileza y de ironía, como suele ser frecuente en la obra narrativa de Carlos Pujol. El título expresa bien el fondo de esta breve novela, pues parece que, en la guerra, cada uno cumple un papel que esconde lo que hay detrás de las apariencias: el duro coronel, el misterioso miembro de los servicios de inteligencia frío y resolutivo, los vencedores que tratan de adular a los vencidos y los que los odian…: detrás de todos ellos, hay personas de carne y hueso con sus ilusiones, sus dramas, sus éxitos y sus fracasos, que la guerra ha destruido o, en el mejor de los casos, camuflado. En realidad, si uno se esmera un poco por tratar de comprender, descubre que los hombres nos parecemos mucho, por encima de diferencias de raza, de cultura… Por esto, el narrador se muestra bastante crítico y escéptico acerca del papel que le ha correspondido en la farsa, en la que parece un personaje que no encaja del todo.
El libro es una denuncia sin amargura, inteligente, con toques de humor que no ocultan la tragedia, pero que dejan una puerta abierta a la esperanza. Prosa cuidada, que tiene la elegancia de la precisión.