Alianza (2002). 143 págs. 5,20 €. Traducción: Barbara McShane y Javier Alfaya.
La crítica ha venido dividiendo la obra de Graham Greene (1904-1991) en novelas mayores y menores. Al primer grupo pertenecerían obras tan representativas como El poder y la gloria, El fin de la aventura, El revés de la trama y El ministerio del miedo. Al segundo, aquellas que olvidan un poco el interés por la lucha entre el bien y el mal que se da en las situaciones límite en beneficio de la tensión fácil de sus novelas de espías: El factor humano, El americano impasible, El agente confidencial o Nuestro hombre en La Habana. Teniendo en cuenta que una división tan taxativa no permite ver la mezcla de elementos originales o manidos en una novela, puede decirse que El tercer hombre se halla en un término medio: es breve y su trama es policíaca, pero su estructura es tan cerrada y compleja y está tan bien acabada que el lector se encuentra ante una pequeña obra maestra.
Graham Greene dice en el prólogo: «El tercer hombre nunca pretendió ser más que la materia prima para una película». Concebida como guión cinematográfico, quien se lo encargó quería un film sobre la ocupación de Viena por parte de las Cuatro Potencias en 1948. Así, el relato recoge, en su descripción ambiental, abundantes referencias al entorno político y social real del momento, al tiempo que evoca un mundo sumido en la crisis de valores, la incertidumbre ante la vida y la miseria económica.
El relato, guión de la célebre película de Orson Welles, cuenta la historia de Rollo Martins, un escritor de novelas baratas que es invitado a Viena por su viejo amigo Harry Lime. Al llegar, se encuentra con que su anfitrión y amigo ha muerto. Desde el primer momento parecen sospechosas las circunstancias de esta muerte. Decide meterse a detective aficionado y pronto descubre que los testigos oculares mienten sobre el momento de la muerte. Pero el círculo enemigo se va cerrando en torno a él y comprende que su vida está amenazada en Viena.
La narración fluye rápida, pero salpicada de las observaciones del narrador, las cuales recuerdan una y otra vez al lector la distinción entre el tiempo de la acción y el del relato, recurso que permite mezclar los efectos del lenguaje narrativo y del cinematográfico. Se advierte la perfección con que está construida la trama en la sucesión trabada de los hechos y en las bien delimitadas esferas de actuación de los protagonistas. El estilo destaca por los diálogos rápidos, llenos de ironías y sobreentendidos, y por la descripción eficaz e impresionista de ambientes y caracteres psicológicos.
Jorge Bustos Táuler