Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 83/15
Cuando Walter Mischel propuso a un grupo de niños la famosa prueba de la golosina y les preguntó si preferían comer la chuchería o posponer la gratificación para conseguir dos después, no imaginaba que un experimento tan sencillo fuera a dar tanto que hablar.
Mischel ha sido, desde entonces, un investigador mediático –y también tenaz, pues ha seguido de cerca la trayectoria de aquellos niños–, y ha sabido aprovechar las lecciones que la ética clásica recordaba antes de que fuera relegada por la nueva pedagogía: que el esfuerzo y el autocontrol y, por consiguiente, las virtudes son claves para una vida plena.
El test es conocido popularmente desde hace años, pero Mischel pre…
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