Diego Garrocho es profesor de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y vicedecano de su Facultad de Filosofía. Pero el gran público quizá lo conozca más por su tarea de ensayista y de colaborador en medios como El Mundo, El Español, The Objective o ABC, periódico que le ha encomendado desde comienzos de este año la jefatura de Opinión.
Probablemente, su tribuna titulada “¿Dónde están los cristianos?” sea la que más celebridad y repercusión le ha granjeado. A raíz de su publicación, se abrió un denso debate en casi todos los medios, con análisis y respuestas muy variadas, no solo a aquella pregunta, sino, de manera especial, en torno al desempeño e influjo de los intelectuales católicos en la sociedad y la cultura españolas.
Con El último verano, presenta una colección de casi cien piezas de opinión y ensayos breves que ha firmado, sobre todo, entre 2020 y 2022. El estilo general de sus columnas, aunque dúctil, armónico y de sencillo didactismo, carece de rasgos resaltables: no es punzante, apenas hay ironía, escasos juegos de palabras, y ninguna ambigüedad sugestiva.
En este aspecto difiere de los opinadores al uso. Y no resulta algo accidental, dado su tono y contenido. Porque Garrocho se mueve en lo que podría llamarse una zona política e ideológica media, con una actitud de defensa institucional y de búsqueda de consensos amplios. Aunque critica a las izquierdas actuales, espera de ellas una mirada social y no crispación. En este sentido, podría decirse que Garrocho encarna a un sector de centroderecha muy moderado, con esperanza en la estabilización de un bipartidismo que pueda renovarse y que aspire a un proyecto compartido.
Sin embargo, Garrocho habla más de la polis que de la política, más de educación y buenas maneras que de rivalidad electoral, más de tolerancia y confianza en la humanidad –algunos pensarán que es un idealista y un ingenuo– que de búsqueda del culpable. Invita a sus lectores a la sana y cabal autocrítica, y advierte sobre el “suicidio cultural” de Occidente. En este libro también se localiza una reivindicación del cristianismo como factor de integración y conciencia social, así como un elemento cultural, con textos como el Qohelet o los que componen el Nuevo Testamento, que deben formar parte del canon literario y del acervo común en igualdad, al menos, con las obras de autores gentiles.
Por otro lado, el arranque del libro exhibe el talante afable y de mirada comprensiva de este profesor, que siente cercanía hacia los jóvenes que, al entrar en la universidad, viven su “último verano”.