Tras el éxito de Asesinato en Amsterdam (ver Aceprensa 65/07), la editorial Península ha decidido editar este libro sobre los disidentes chinos, escrito en 2001. A pesar de los años trascurridos, el libro es perfectamente actual, y complementario del más reciente El año del gallo, de Guy Sorman (ver Aceprensa 84/07).
El autor, que ha vivido en la región durante muchos años, dedica un amplio espacio a la disidencia interna china y a la de otros países de la zona, que se han convertido en refugio de los disidentes o han generado disidentes contra el propio gobierno. Empezando por Singapur, donde el éxito económico mantiene en el olvido la discrepancia política y la restricción de libertades fundamentales; la independiente Taiwán, que vive en su ínsula democrática desde 1996, tras cincuenta años de soportar la tiranía de Chiang Kai-shek y donde los disidentes han llevado las riendas de la reciente transición a la democracia; Hong Kong, que a pesar del tránsito del imperio británico a China, en 1997, hoy sigue siendo un islote de libertad, en el que los demócratas luchan por no perder espacios de libertad de expresión y respeto de las leyes.
La inmensa China, en la que las oligarquías políticas han construido una mafia económica, también tiene su espacio. En esta situación los periodistas que denuncian la situación y los abogados, que intentan emplear las leyes para limitar los excesos del poder absoluto, son auténticos héroes, que a menudo acaban convertidos en mártires. Los familiares de otros mártires, los oficialmente desaparecidos en Tiananmen, también tienen un lugar en este libro. Igualmente hay espacio para el Tibet, en el que a pesar de la represión del gobierno chino, sobrevive el afán independentista amparado en una fuerte tradición cultural y religiosa.
Aunque la trama es geográfica, el autor enfoca su reflexión en torno a los elementos culturales que inciden en estos procesos. Rechazando la premisa de que la democracia no podrá nunca triunfar en China, analiza distintos elementos que influyen en la naturaleza de la dictadura china y de las distintas formas de resistencia. Sorprende ver cómo el autor, agnóstico militante, no puede dejar de acoger asombrado la extensión del fenómeno religioso entre un gran número de estos militantes que reconocen en la religión el motor fundamental de su activismo pro derechos humanos.
Aunque no se oculta tampoco el “lado oscuro de la disidencia”, con envidias, pugnas por el liderazgo, escisiones, partidarios de la violencia, acusaciones de espionaje, desilusiones, soledades… las estrategias de actuación de los disidentes se cuentan de forma instructiva, real, como verdaderas historias humanas.