En los modelos educativos occidentales, y también en la sociedad, especialmente a partir de mayo del 68, se ha impuesto una concepción utópica y romántica que ha idealizado las posibilidades de los alumnos y ha minusvalorado los conflictos educativos. Los métodos de la educación tradicional han sido sustituidos por una obsesiva democratización de la escuela y una “psicologización funesta de la pedagogía”, dice Bernhard Bueb. Sin embargo, en la mayoría de los países que han sucumbido a esta tendencia, el fracaso escolar y el deterioro del clima educativo están a la orden del día.
Bueb ha escrito un ensayo que parte de su inmediata experiencia como docente y director, durante treinta años, del internado alemán Schloss Salem. El autor es consciente de que va a abordar temas que no están muy de moda, pero su punto de partida no es la nostalgia sino el sentido común. No desea el autor volver a los rígidos métodos que se impusieron al acabar la II Guerra Mundial, y que no tuvieron los frutos esperados. Pero tampoco está conforme con la situación actual, que califica de alarmante.
El autor reivindica las ventajas pedagógicas de una educación basada en la seguridad, la claridad, la autoridad y la disciplina. Si se reconocen estos valores, salen ganando especialmente los alumnos, que verán cómo se expanden sus posibilidades humanas, sociales e intelectuales. “Nos falta reconocer que la severidad puede fortalecer y que la sobreprotección puede debilitar”. Los niños y adolescentes, además, suelen aceptar mejor de lo que parece esta pedagogía, que no tiene que ser sinónimo de deshumanización.
En su certero análisis, Bueb tiene en cuenta también la situación familiar y social de Alemania (que en buena parte es como en el resto de Europa). Los padres no se atreven a educar a sus hijos, y la sociedad fomenta, especialmente a través de los medios de comunicación, un narcisismo que deriva en cómoda autocompasión. Esta inseguridad de los protagonistas de la educación -padres y profesores- se contagia a los alumnos, que no ven convicciones sólidas en los que deberían educarles. Bueb aborda también la importancia que hoy día tiene la escuela en la socialización de los niños y adolescentes que proceden de familias con un único hijo (y, por tanto, suelen estar hiperprotegidos) o de familias desestructuradas, que no reciben ningún tipo de educación familiar.
Muchos profesores se identificarán con el discurso de Bueb, que reconoce que la función de los docentes no puede reducirse a garantizar el orden y la organización. Si no impera un clima de autoridad y de disciplina -compatible con el sentido del humor-, la educación estará echando por la borda uno de sus más importantes recursos.