Noé Bentom Markham estuvo a punto de morir en septiembre de 2005, atrapado en un hospital inundado en Nueva Orleans, durante la furiosa tormenta del Katrina. Varios policías utilizaron barcazas para rescatarlo y dejarlo fuera de peligro. Dieciséis meses después nacía felizmente. Noé era un embrión humano congelado en nitrógeno líquido junto a 1.400 embriones más. Los agentes de policía no los abandonaron. Por este motivo Noé pudo nacer el 16 de enero de 2007.
Con este relato, los autores de esta obra comienzan una defensa de la humanidad de los embriones y del respeto que merecen sus vidas. La argumentación del libro se basa en la ciencia embriológica y en la filosofía. Los autores sostienen que cada embrión humano es un individuo de la especie homo sapiens. Un individuo con un código genético propio, distinto a cualquier célula de la madre o del padre. Con minuciosos detalles se describe la configuración del embrión humano y su prodigioso desarrollo. El inicio de la vida se sitúa en la fecundación, cuando un espermatozoide penetra en el óvulo y comienza la interactuación y fusión de los gametos masculino y femenino
En el caso de la gemelación, un nuevo embrión ha gemado a partir del primero. La individualidad no siempre lleva consigo indivisibilidad. La unidad del embrión se pone de manifiesto también en sus objetivos: alcanzar el útero materno para implantarse en él, desarrollar el embrioblasto (el niño) y la placenta, así como preservar su unidad frente a amenazas diversas.
George, profesor de Jurisprudencia en Princeton, y Tollefsen, profesor de Filosofía en la Universidad de Carolina del Sur, abordan también el tratamiento que merece el embrión humano desde el punto de vista jurídico y filosófico. De su investigación filosófica destaca la idea de que cuerpos y mentes son parte de un mismo ser unitario. Las personas no somos realidades separadas de nuestros cuerpos. Afirman que “ser persona es ser un individuo con la capacidad natural básica de construir su vida mediante la razón y las decisiones libres, aunque dicha capacidad no pueda ejercerse de modo inmediato (como alguien que está en coma), aunque falten semanas, meses o años para que pueda ejercerse (en el caso de un niño, un feto o un embrión), o aunque dicha capacidad se vea impedida por la enfermedad o algún defecto (en el caso de personas con discapacidad seria)”.
Si somos personas tenemos derecho a que se nos respete desde que comenzamos a existir, desde la fecundación. . Niño y embrión son simplemente dos maneras de referirse al mismo ser vivo en distintos estados de maduración. Por este motivo “la investigación letal sobre seres humanos incipientes es moralmente errónea y supone una vulneración de los derechos humanos. Respecto a la experimentación con embriones humanos abandonados, se dice que un cálculo utilitarista no hace buena una acción intrínsecamente negativa como es destruirlos.
Los autores formulan tres conclusiones. La primera es política: consideran inadmisible que la postura que defienden sea marginada del debate público, acusándola de ser confesional. Los autores utilizan argumentos científicos y filosóficos. Unos argumentos que pueden ayudar al Estado a cumplir una de sus principales misiones, la de proteger vidas humanas. La segunda es tecnológica: ofrecen sólidas alternativas a la utilización de células embrionarias –lo que supone destruir embriones– a través del empleo de células madre adultas , que ya han dado numerosos éxitos clínicos y no ofrecen reparos éticos. También destacan la novedosa reprogramación celular descubierta por el premio Nobel japonés Yamanaka (ver Aceprensa 9-10-2012). La tercera es cultural: proponen regular la generación de embriones humanos en procedimientos de fecundación artificial, para que las parejas no creen más embriones de los que puedan llevar a término de nacimiento. Así sucede, por ejemplo, en la actual legislación italiana.