Emma (1815) fue la última novela que publicó en vida Jane Austen (1775-1817). Antes habían aparecido -sin contar sus escritos juveniles- Juicio y sentimiento (1811, su primera novela), Orgullo y prejuicio (1813) y Mansfield Park (1814). En todas ellas, hay una misma ambientación y personajes -la alta sociedad agraria y rural georgiana- y un mismo tema: la elección de un acertado matrimonio por parte de las jóvenes protagonistas. Con mucho realismo, Austen refleja el orden jerárquico de la sociedad británica y la psicología de unos personajes obsesionados con el formalismo de las normas de cortesía. Aunque Austen escribe en pleno romanticismo, las aventuras que viven sus protagonistas, en especial las mujeres, están siempre bajo el paraguas de la razón y de la disciplina afectiva para evitar caer en los excesos de un peligroso sentimentalismo que puede ser la antesala del fracaso vital.
Este mundo es el que se describe en Emma, una de las mejores creaciones de Austen. La novela comienza con este eficaz retrato de la protagonista: “Inteligente, bella y rica, con un hogar cómodo y una predisposición de la felicidad, Emma parecía reunir algunos de los bienes más preciosos de la existencia; y, en realidad, había pasado casi veinte años en este mundo sin conocer grandes trastornos ni padecimientos”. Emma vive en Highbury, cerca de Londres, y su única preocupación parece ser buscar un buen matrimonio para sus amigas y conocidas. En ese sentido, se muestra satisfecha de la boda de la señorita Taylor, su dama de compañía durante tantos años, con el señor Weston. Y ahora ha trazado un plan para que la joven Harriet Smithson contraiga matrimonio con el reverendo Elton. Para conseguir sus objetivos, Emma utiliza todas sus habilidades sociales, que no son pocas. Sin embargo, no es partidaria de un matrimonio de conveniencia para sí misma: “No tengo -piensa- por el matrimonio la misma simpatía que suelen tener todas las mujeres. Si me enamorara, por supuesto, sería otra cosa”.
Con sutileza y elegancia, Austen describe este estratificado mundo social, una aristocracia rural apegada a las tradiciones y convencionalismos, que ve en el matrimonio la consolidación de su manera de entender las relaciones humanas, sociales y hasta comerciales. Los planes que traza Emma conducen al fracaso: “Con una vanidad insufrible, había creído estar en el secreto de los sentimientos de los demás; con arrogancia imperdonable, se había propuesto arreglar el destino de todos. Y no había habido caso en que no se hubiera equivocado”. La novela es la minuciosa elaboración de todos estos planes, su desarrollo y su errático final. Con parsimonia, Austen describe a los personajes que entran en acción, la vida familiar que llevan y el férreo entramado de las relaciones sociales, con sus etiquetas y normas de urbanidad absolutamente establecidas. De todas maneras, Emma sabrá sacar partido personal a sus equivocaciones y conseguirá, al final, lo que estaba buscando para otros.
¿Qué tienen las novelas de Austen que siguen despertando tanto interés para el lector y el espectador actual -las versiones televisivas y cinematográficas suelen tener siempre éxito-, a pesar de que la sociedad que retrata está en las antípodas de lo que vivimos hoy día? En Emma no hay exhibicionismo afectivo y sí una delicada formalidad en el trato, una exagerada sumisión a las convenciones que garantiza la elegancia y el respeto mutuos. Quizá se añore esa refinada cortesía y el control sobre los sentimientos que tienen los protagonistas. Austen realiza un excelente trabajo de introspección psicológica y de detallista descripción de un mundo en el que todo estaba reglamentado, hasta los vaivenes de la pasión.