Para cualquier hombre, en cualquier época, el problema más radical que se podía plantear ha sido siempre el mismo: ¿qué pasa después de la muerte?; o, con un carácter más acuciante: ¿qué pasará conmigo después de mi muerte? Por mucho que la cuestión religiosa sea un tema tabú, cada cierto tiempo se hace un hueco en el espacio público y, en todo momento, en la intimidad de cada persona.
Alejandro Llano, con agudeza filosófica, presenta un recorrido intelectual por las cuestiones más profundas del ser humano -desde la diferencia con los animales hasta la relación con Dios, pasando por los problemas éticos y sociales-. Se trata de un viaje que se apoya en su experiencia personal, salpicada de anécdotas y referencias a los sucesos más cotidianos.
Es una reflexión sin complejos, que no rehúye las objeciones que un conversador ficticio -¿el escéptico interior que todo hombre lleva dentro?- le plantea: tanto las críticas más netamente filosóficas como los últimos planteamientos de la ciencia contemporánea comparecen a lo largo del libro para ser confrontadas con los argumentos que Llano emplea. El lector está invitado como acompañante en este viaje, sabiendo que en ningún momento intenta el autor convencer a nadie que no sea él mismo: como bien señala en las páginas de presentación, no se considera ni más ni menos que cualquier otro para tratar la trascendencia; únicamente ofrece sus dudas y el modo en que intenta salir de ellas.
No obstante, Llano es catedrático de Metafísica desde hace más de treinta años, y, como tal, reniega de la superficialidad para enfrentarse directamente con las objeciones más profundas que pueden exponer todas las áreas del saber -biología, cosmología, historia, psicología, sociología…-; la respuesta que encuentra para estas dudas siempre es una solución ponderada, que acude a los resultados científicos de los estudios más recientes, analizados con mirada crítica y gesto amable. Únicamente la frivolidad resulta herida sin piedad a lo largo de estas páginas: el autor está plenamente convencido de que la razón puede y debe buscar la trascendencia. Cualquier postulado que niegue o eluda esta responsabilidad es dejado de lado.
El carácter íntimo con el que el autor presenta su búsqueda de la trascendencia, sin pretensión de erigirse en conciencia de nada ni de nadie, favorece que el lector se lance a la reflexión y comience un diálogo que termina por llevar a una seguridad personal en la trascendencia; sin embargo, como bien sabe Alejandro Llano, es una seguridad permanentemente abierta a la duda: al menos, así habrá de ser durante esta vida.