La publicación de su libro de memorias En la belleza ajena y de los poemarios Tierra de fuego y Poemas escogidos (Pre-Textos, 2005) han servido para conocer mejor la vida y la literatura de Adam Zagajewski (Lvov, 1945), una de las voces más interesantes de la literatura polaca actual. En su libro de memorias, además de contar numerosas anécdotas sobre la supervivencia bajo el régimen comunista polaco, contaba su exilio en París y Estados Unidos y cómo afrontó su dedicación a la literatura. «En defensa del fervor» reúne trece ensayos escritos en diferentes momentos de su trayectoria. En ellos, sirviéndose de sus recuerdos, describe su relación con algunos famosos escritores y artistas polacos, y profundiza en su visión de la literatura.
En la mayoría de los textos hay un claro hilo conductor: Polonia, su reciente historia, y cómo los dramas que ha padecido han determinado una visión distinta del ser humano, de la política y hasta de la estética. No es que los polacos sean raros; pero vivir durante tantos años bajo la agobiante presión de un régimen totalitario les ha vacunado contra los mensajes grandilocuentes del comunismo y sus sucedáneos y contra la desencantada interpretación de la vida que emanaba de la egocéntrica y esnob cultura occidental.
Estas inteligentes ideas, a las que se les puede sacar mucho partido, aparecen desperdigadas en el primero de estos ensayos, «En defensa del fervor». Para Zagajewski, la ironía ha eliminado en el artista occidental la posibilidad del fervor, del descubrimiento de lo sagrado. La ironía es un recurso higiénico cuando las cosas tienen un sentido; pero cuando se navega en el nihilismo, «encubre la pobreza de pensamiento. Porque si no se sabe qué hacer, lo mejor es volverse irónico». En el segundo ensayo, «Observaciones acerca del estilo sublime», se amplían algunas de estas cuestiones, centrándose especialmente en su interpretación de qué es la poesía: «porque lo que esperamos de la poesía -escribe- no es el sarcasmo, la ironía, la distancia crítica, la sabia dialéctica ni el chiste inteligente (…), sino la visión, el fuego y la llama que acompaña a los descubrimientos espirituales».
A continuación escribe sobre algunos autores polacos con los que mantuvo una estrecha relación personal y que ejemplifican la alta consideración que Zagajewski tiene del arte y de la creación poética: Józef Czapski, Zbigniew Herbert y Czeslaw Milosz, autores que, cada uno a su manera, defendieron el derecho que toda persona tiene al infinito. Luego escribe una serie de reflexiones personales y críticas sobre la influencia de Nietzsche y Cioran en la cultura contemporánea, temas que aborda también en el original ensayo «Contra la poesía». El último trabajo, «Escribir en polaco», contiene una apasionada defensa de la lengua polaca y una acertada interpretación del papel que los escritores polacos jugaron en su país y pueden jugar en el futuro de la cultura europea: «en Polonia, los poetas, en vez de hacer caso a los preceptos ascéticos del catecismo modernista y retirarse al jardín de las metáforas herméticas, se dedicaron con gran entusiasmo a investigar las dolencias del mundo y, a juzgar por el interés que despierta su obra, hicieron una elección interesante».