Carmelo Guillén Acosta (Sevilla, 1955) es catedrático de Lengua y Literatura de enseñanza secundaria, poeta reconocido, director de la colección Adonáis y autor también de diversos estudios literarios y de antologías. Aprendiendo a querer recoge sus primeros siete libros; después publicó La vida es lo secreto y Las redenciones.
Cuatro años después de su último libro, publica En estado de gracia. Aunque el título sugiere varios significados, el eje del libro es la gracia que procede de Dios y da plenitud al autor y al mundo. Esa perspectiva, en la que vive y escribe el poeta, le otorga una voz propia, de honda trascendencia, reconocible en este y en sus anteriores obras: “Esta alegría / de ser por un momento quien asume / la savia inagotable de la gracia”.
El libro ofrece cincuenta poemas en tres secciones. En la primera, el poeta se complace en la beatitud que conforta a quien inunda la gracia: “Esta necesidad de ser contemplativo /… esa armonía final con todo lo creado”. En la segunda, se muestra a sí mismo de una forma aún más directa, en poemas que traducen la experiencia amorosa a un tono coloquial, asimilable al amor humano: “Tener a quien querer y que me quieran”.
No son, sin embargo, poemas ajenos a la misma idea. Casi al contrario, destacan el efecto transformador de la gracia. El único poema de la tercera sección, “Gratitud”, lo resume: “Es la palabra capaz de redimirte, la que llevas impresa como lo más sagrado / que te ha sido dado”.
Los asuntos de este libro son los grandes asuntos de la existencia, los mismos que los de los clásicos, perceptibles en muchos de sus versos, y los de los anteriores títulos del poeta. Quizás de una forma más directa, muestran la eternidad en lo cotidiano, donde el tiempo y el Amor se resuelven en el aquí y ahora de cada instante, manifestación de “la luz divina / que mueve de continuo el universo”, y “del amor de Dios, cuyo ejercicio / descubro sin cesar en este mundo / al ritmo acompasado de mi vida”.
La mayor parte de los poemas se desarrollan en versos de catorce sílabas, en cuya dificultad el autor se desenvuelve con gran soltura, con un lenguaje sencillo, en apariencia sin artificios. Es el cauce adecuado para su tono de calmado diálogo consigo mismo, con los demás y con Dios. Se observa también un notable dominio de otras medidas y otros ritmos. Todos suenan a oración cercana, vivida y verdadera, y a una continua exaltación: “Nada más importante / que vivir este instante como si fuera eterno”.