Península. Barcelona (2000). 336 págs. 2.600 ptas.Traducción: José Manuel Álvarez Flórez.
En las minas arruinadas de Vorkuta, antiguos campos de trabajo y muerte, Colin Thubron (Londres, 1939) encuentra un mensaje escrito en una piedra: «Yo fui desterrado en 1949 y mi padre murió aquí en 1942. Recuérdanos». Y en Siberia recuerda el presente de estos náufragos de tierra.
Desde que Julio Verne y el zar de todas las Rusias mandaron al capitán Strogoff con un mensaje a Irkutsk, la imaginación ha sembrado de tópicos la realidad siberiana; desde Dostoievski hasta Solzhenitsin, la Siberia más verdadera es absolutamente literaria: frío, taiga de abedul y pino silvestre, transiberiano, gulags y, acaso, tigres. Colin Thubron, uno de los mejores especialistas de la literatura de viajes (ver servicio 105/98), acerca al lector aquel yermo rural al que se arrojaban los bacilos del cuerpo del Estado. Y formula algunas preguntas de esas que arrancan con un «porqué»: el dolor, la capacidad de sufrimiento, la resignación, la obediencia, la esperanza. Para responder, Thubron toma el camino de los paisajes, las memorias ajenas y, sobre todo, las personas vivas: el vagabundo, Viktor (un supuesto nieto de Rasputín), mujeres que han guardado la fe ortodoxa en iconos como altares portátiles, científicos enloquecidos, Vasil (el pescador de tímalos y salmones), Kunga-Boo (el último chamán), el párroco melquita y polaco de Krasnoiarsk
Cuando Thubron parte solo de los Urales en un viaje por un territorio vedado hasta hace unos años a cualquier viajero occidental, el autor teme que su viaje se desvanezca en un espacio tan vasto. Quizá por eso combina magistralmente los paisajes fotográficos e impresionistas, las leyendas del pasado con la memoria inmediata, el diálogo con el pensamiento. Thubron no emprende una peregrinación al centro de su identidad (aunque se encuentre), ni escribe para reinventarse a sí mismo, sino por pura necesidad de saber, de explicar Siberia con un argumento principal: su gente. El narrador encuentra con los siberianos la prosa medida y sugerente, el diálogo, las preguntas y buenas respuestas.
José Antonio Pérez Aguirre