Planeta. Barcelona (2006). 509 págs. 21,50 €.
«En tiempo de prodigios» es la novela finalista del Premio Planeta, galardón que, tradicionalmente, dice menos de la calidad de un libro que de su posibilidad de ventas jugosas, gracias a una promoción desorbitada.
Cecilia tiene 35 años y atraviesa por una crisis personal tras la muerte de su madre y la ruptura de una larga relación amorosa. Su mejor amiga, le pide que cuide de vez en cuando a su abuelo Silvio mientras su familia está ausente. Cecilia comienza a visitar al anciano con regularidad y pronto (de hecho, con una rapidez inverosímil) se convierte en confidente de un secreto que Silvio nunca había revelado.
A partir de este momento se alterna el relato del presente de Cecilia con la historia de Silvio, desde su infancia en Ribanova (pueblo en el que la autora desarrolla otra de sus novelas, «Hotel Almirante») hasta los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
La parte que Cecilia narra en primera persona recoge sus reflexiones acerca de la figura de su madre. Intercalado entre estos párrafos introspectivos, el relato de Silvio sigue el ritmo de una historia de aventuras.
Hay varios rasgos que convierten la lectura en un ejercicio frecuentemente previsible. El estilo, académico y correcto antes que brillante, despoja de vida al relato de Silvio, donde la intriga avanza lentamente y por caminos ya transitados. Y si la parte de aventuras no termina de funcionar, el tono sentimental de las reflexiones de Cecilia causa cierto rubor. Además, la autora hace un esfuerzo por sacar de la crisis a la protagonista y trazar un círculo en el que se vislumbre cierta esperanza para su futuro. Pero el intento, precipitado al plantearse ya en el último tercio, resulta forzado e inverosímil.
Lo mejor que se puede decir de la novela es que está llena de buenas intenciones. Un ejemplo es el duelo de la protagonista por la muerte de su madre, su descripción del amor filial y su reconciliación final con el dolor y la pérdida. Por su parte, en la historia de Silvio se cuentan sus esfuerzos para reparar un mal causado por sí mismo y por otros, aunque para lograrlo tenga que sacrificar su propia felicidad. Su mayor problema es que todas estas intenciones no cristalizan en un texto con vida propia. Los pasajes de reflexión desbordan de elementos ya vistos, mientras que la intriga no está lo bastante afilada como para llevar de la mano al lector durante sus más de 500 páginas.
Esther de Prado Francia