Que un terrorista lo detenga a uno en un punto de control, le pregunte por su fe y le conmine a cambiar de religión si la respuesta no le gusta –toda aquella que no sea “soy musulmán” le molestará– puede resultar bastante fuera de lugar. Que el aludido se niegue a hacerlo y que, acto seguido, reciba en su cuerpo una ráfaga de plomo, es directamente el triunfo del fanatismo más irracional del mundo.
Lo anterior puede pasar en una carretera de Nigeria si el punto de control está en manos, no de las fuerzas del orden, sino del grupo yihadista Boko Haram. Y ha sucedido. El periodista Fernando de Haro ha recogido testimonios de este tipo y los ha plasmado en su volumen En tierras de Boko Haram, un relato de algunos acontecimientos relacionados c…
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