Aunque en el mundo, desde el principio hasta hoy, ha habido conquistas, invasiones y colonizaciones, pocas han despertado tanto interés –en bastantes casos para denigrarla– como la conquista por parte de los españoles de gran parte de un inmenso continente, como América. La de Brasil y la de algunas colonias portuguesas se comentan mucho menos. Quizá porque, desde finales del siglo XV y durante todo el XVI, España fue la potencia dominante en Europa y tres reyes de España lo fueron también de Portugal, desde 1580 a 1640.
Puede haber varias razones para ese interés continuado: insertar la crítica en la ya tan cansina “leyenda negra”; constituir, guste o no, parte de la memoria de los pueblos hispanoamericanos; no poder negar que, se diga lo que se diga, el conjunto fue una hazaña que cambió la perspectiva con que Occidente veía el mundo. Se puede, con la impunidad que da el paso del tiempo, calificar con dos o tres términos aquella gesta. Pero es mucho más interesante estudiarla.
Es lo que se hace en este libro de Mariano Fazio. Y enseguida se dice, porque es una verdad de antropología filosófica, que los seres humanos rara vez actúan por un solo motivo. En lo de América se buscaba a la vez, en mayor o menor proporción, según la calidad individual de los protagonistas, riquezas, hazañas y difundir la fe cristiana. No es que hubiera un orden. Todo estaba mezclado.
El libro cita con abundancia los textos de las crónicas que los españoles escribían en esos mismos años. Tanto las que ensalzaban a los héroes como las que criticaban, casi desde la raíz, la empresa, como es el caso archiconocido de fray Bartolomé de las Casas, cuya obra fue acogida con fervor por los enemigos de la monarquía española, deseosos de sustituirla en la hegemonía mundial.
También se citan numerosos testimonios de la tarea evangelizadora, obra, sobre todo al principio, de unos pocos religiosos que entregaron su vida al cuidado y la defensa de los indios. Aprendieron muy pronto las lenguas, estudiaron las culturas y escribieron sobre ellas. La mayoría no volvió nunca a España, haciéndose por completo a las nuevas tierras.
Es notable –y el libro lo refleja– que, a la vez que se daba la conquista, se hacía su crítica. No solo por parte de frailes más o menos tempestuosos, sino desde una perspectiva pionera del derecho internacional, como fue la obra de Francisco de Vitoria. Y, al mismo tiempo, desde la monarquía hubo frecuentes revisiones para mejorar las Leyes de Indias. Si después no se llevaban del todo a la práctica, eso es achaque bien conocido según el tradicional “se obedece, pero no se cumple”.
El libro es una excelente síntesis del primer siglo tras el descubrimiento, con el buen acierto de dejar que hablen los protagonistas; así pueden verse sus méritos y sus deméritos, pero todo es de una inmediatez que choca de modo especial en estos tiempos de posmoderna hipocresía.