Esas nubes que pasan es una colección de relatos breves que Cela fue escribiendo en revistas y periódicos entre 1941 y 1945, año de la primera edición. Hasta esa fecha, Cela había escrito La familia de Pascual Duarte (1942), Pabellón de reposo (1942) y Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes (1942). Aunque estemos ante uno de los primeros textos de Camilo José Cela, se aprecian claramente algunas de las constantes que luego irá desarrollando y exagerando en posteriores obras, como su habitual escepticismo. La ventaja de estos relatos es que no abundan los aspectos escatológicos o sexuales, que tanto definirán su estilo.
Los relatos que forman parte de Esas nubes que pasan guardan una cierta unidad. No son, sin más, relatos aislados y autónomos de personajes variopintos, sino que hay en ellos una «semejanza tipológica», un mismo espacio y tiempo, y una repetición de los temas narrados, muchos de ellos por los mismos protagonistas: «Mis amigos de la ciudad, vieja y marinera como un ventrudo patache, vienen ahora a mis páginas, un sí es no es melancólicos y meditativos, un entre casquivanos y grandilocuentes».
El espacio es la Galicia típicamente marinera, aunque Cela no se refiera, para dar mayor amplitud a lo narrado, a ningún lugar concreto. Al autor, además -como en otros de sus libros-, no le interesan los escenarios sino los protagonistas. De ahí que la atención se fije desde el principio de la narración en ellos (Don Anselmo, Don Homobono, Catalinita, el tío Abelardo), descritos con esa peculiar mezcla de crueldad y caridad, habitual en Cela: «Marcelo Brito, el mulato portugués, cantor de fados y analfabeto, sentimental y soplador de vidrio, con su terno color café con leche, su sempiterna y amarga sonrisa y su mirar cansino de bestia familiar y entrañable, había salido de presidio». Estas descripciones, propias de la genialidad de Cela, se acercan bastante a los futuros «apuntes carpetovetónicos», «el alcaloide -ha dicho el autor- de todo, o casi todo, lo que haya podido escribir».