Gracias a la globalización, Internet y otros factores, aumentan de manera vertiginosa las noticias, rumores, referencias y comentarios que recibimos a diario. Además del periódico, la radio o el informativo de televisión, leemos relatos delirantes en correos electrónicos encabezados como “muy importante, pásalo”; nos llegan libros con teorías que pretenden desarmar toda la historiografía académica; y accedemos a blogs y foros repletos de tópicos, patrañas y mitología.
En nuestra sociedad el desarrollo tecnológico más avanzado convive con una acendrada desconfianza en la razón como herramienta de análisis. Junto con el furor por el esoterismo y la “ciencia alternativa”, existe una actitud demasiado abierta a creer en cualquier doctrina y cosmogonía, sobre todo si resulta maniquea, simplista y nos exime de responsabilidad.
En Los nuevos charlatanes (1), Damian Thompson analiza algunas distorsiones y falsedades sólidamente instaladas en la mentalidad colectiva de diversos sectores, en especial, dentro de la población anglosajona y la musulmana. Thompson expone unos cuantos ejemplos de todo tipo: desde las “teorías de la conspiración” sobre el atentado del 11 de septiembre de 2001, hasta la “teología” de Dan Brown, la Cienciología, la New Age, la hipnosis, el creacionismo, o una supuesta expedición china que arribó a América antes que Colón y que dio la primera vuelta al mundo un siglo antes que Elcano.
De una manera bastante más enrevesada, Michael Shermer ha escrito varios libros en los que defiende el escepticismo más fiel a Hume y la escuela agnóstica británica. En Por qué creemos en cosas raras (2), Shermer dedica un exceso de páginas al “negacionismo” del holocausto judío, y otras tantas al creacionismo. De forma más exagerada que Thompson, Shermer acaba trazando una caricatura de quienes postulan planteamientos distintos del suyo, hasta el punto de arrinconar la religión y dejarla fuera del discurso lógico. Este autor incurre en notables contradicciones, axiomas voluntaristas, y errores de bulto sobre datos básicos, puesto que sitúa a Tomás de Aquino en el siglo XIV, y la quema de brujas en el mundo protestante del siglo XVII en la Edad Media.
En su esfuerzo contra la superchería y el “contraconocimiento”, estos dos autores se exceden, tiñendo la fe religiosa de sospecha y situándola extramuros de la razón. Tanto Thompson como Shermer parten de una postura deliberadamente hostil al humanismo clásico que constituye la base de la civilización occidental. Rechazan todo conocimiento que no pueda medirse, pesarse o contarse, de modo que no reconocen los vestigios de la trascendencia en la naturaleza. Aunque Thompson aporta una valoración más positiva y ajustada a la historia sobre el catolicismo, Shermer proyecta su frustración y rencor personal hacia las iglesias protestantes, puesto que admite que ha perdido dos veces la fe y que llegó a ser un ferviente “cristiano renacido”.
Por tanto, el problema de los libros “escépticos” es doble. De una parte, aseguran basar todos sus asertos en el cientifismo más radical, pero luego acuden al voluntarismo moral para rechazar el racismo. Además, caen a veces en su propia trampa, al citar de modo equivocado datos o ejemplos históricos. Por otra parte, orillan a las grandes figuras del pensamiento occidental (desde Aristóteles hasta Newton, pasando por Cicerón o San Agustín), que localizaban la pauta esencial del conocimiento en la creencia en el alma inmortal y la justicia divina. Para Thompson y Shermer, lo mismo que otros escépticos, la historia comienza, de verdad, en el siglo XVIII, y las universidades medievales casi ni existieron.
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NOTAS
(1) Damian Thompson. Los nuevos charlatanes. Crítica. Barcelona (2009). 192 págs. 18,50 €. T.o.: Counterknowledge. Traducción: Joan Lluis Riera.
(2) Michael Shermer. Por qué creemos en cosas raras. Pseudociencia, superstición y otras confusiones de nuestro tiempo. Alba. Barcelona (2008). 26 €. T.o.: Why People Believe Weird Things. Traducción: Amado Diéguez