Con este título, Dennis Lehane cierra la trilogía sobre la mafia en Estados Unidos, compuesta por Cualquier otro día y Vivir de noche (RBA, 2013). Sin alcanzar la cima de la primera –la más ambiciosa y compleja de las tres–, supera a la segunda y nos recuerda por qué su autor es uno de los grandes renovadores de la novela negra contemporánea.
El hijo del capitán de policía Thomas Coughlin, Joe, ya no es el muchacho inofensivo de la primera parte ni el impetuoso gánster de la segunda, sino un próspero hombre de negocios que asesora a las principales familias del crimen –en particular a los Bartolo– que extienden sus tentáculos hasta Florida. Cuida de su hijo, huérfano de madre, y vela por sus intereses en esa América de la Segunda Guerra Mundial tan propicia a las oportunidades. Su futuro parece asegurado, hasta que recibe el aviso de que alguien ha puesto fecha a su muerte. Y, encima, el fantasma de un niño al que no reconoce se le empieza a aparecer en los sitios más insospechados.
El vértigo de las otras entregas se remansa en estas páginas, más íntimas y crepusculares, casi elegíacas. Aunque Lehane no ha perdido pulso como cronista de una época, esta vez su mirada se focaliza en Joe Coughlin, que lucha contra reloj para frustrar la conjura que amenaza su vida, a la vez que hace un vago examen de conciencia, sin comprender que sus pecados no podrán ya lavarse en ningún río místico.
Ese mundo desaparecido es un libro extraordinario. Lehane mueve las piezas con destreza, sin trampas, y, en su plena madurez, le bastan unas pinceladas para retratar a una rica galería de personajes secundarios, desde el siniestro Lucius hasta Montooth Dix, el rey de la zona negra de Ybor City, pasando por el legendario Meyer Lansky, o Vanessa, mujer del alcalde y amante del protagonista.
Los grandes temas de la trilogía se concentran en una trama que va a la raíz y que puede servir como síntesis de todo el conjunto. La paternidad, el peso de la conciencia, la avidez de poder, las tensiones raciales y, por supuesto, la traición son algunos de los ingredientes con que el autor aliña sus páginas, repletas de diálogos ingeniosos y conflictos éticos: “Lo legal no es, por sí mismo, moral”, dice uno de los personajes, a lo que Joe replica: “Y, con la misma lógica, lo ilegal no es necesariamente inmoral”.
Pero Lehane no juega al relativismo en este fresco. Sus personajes son supervivientes que arrastran muchos cadáveres a sus espaldas, incontables fantasmas, y, aunque en ocasiones traten de justificarse, nosotros sabemos que no son héroes. Ese mundo desaparecido, con sus reminiscencias de Casablanca o El padrino, es puro Lehane, pura intriga, sabiduría y entretenimiento.