Mientras leía una de las escasas obras que vería publicadas en vida, La metamorfosis, ante un grupo de amigos, a Franz Kafka (1883-1924) las desventuras del “monstruoso insecto” le parecían tan divertidas que, cada pocos párrafos, tenía que detenerse para soltar una carcajada. Y no es que disfrutase cruelmente con el sufrimiento de su criatura: la prueba de que este relato puede estudiarse bajo el prisma de lo grotesco es que sus amigos también se reían. De esta anécdota, que Reiner Stach cuenta en su grandiosa biografía del checo, publicada por Acantilado en dos volúmenes en 2016, no se sabe si resulta más llamativo que Kafka tuviese sentido del humor o que tuviese amigos.
Casi antes de su temprana muerte a causa de la tuberculosis, ya emp…
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