En los últimos años Edith Wharton ha pasado de ser considerada una discípula aventajada de Henry James a convertirse en una de las voces más potentes y originales de la narrativa en lengua inglesa del siglo XX.
La coincidencia de estos tres títulos en las novedades editoriales parece confirmar que su interés no es una moda pasajera. Además, la variedad de temas que encontramos en sus páginas muestra a una escritora a la que sería injusto encasillar como a una simple costumbrista que habló solo con el acento de la clase alta neoyorquina.
El primero de los libros es una pequeña joya de la novela corta norteamericana: Ethan Frome (1911), historia de un fracaso vital que se desarrolla en la inhóspita Nueva Inglaterra. La autora hace un personal ejercicio del punto de vista para contarnos, en boca de un narrador que nada tiene que ver con el asunto, la historia de un hombre, de su esposa impedida y de la mujer a la que cree amar realmente. El estilo es emocionante y desgarrador, y su final raya en el sadismo. Wharton no fue solo una maestra a la hora de perfilar con amable ironía a la clase alta de su tiempo, sino que se adentró con inteligencia en el carácter de los tipos rurales. En pocos libros como éste se logra una sensación tan próxima del frío, de la soledad o de la inocente diversión de un baile.
Las costumbres nacionales (1913) es, junto con La edad de la inocencia, el libro que más características reúne del estilo y los temas considerados whartonianos. Las andanzas de Undine Spragg, la bella, inconsciente y ambiciosa hija de una familia de nuevos ricos, centran una epopeya sentimental por la que vemos desfilar a una galería de personajes que bailan al compás de esta ambigua mujer fatal. Lo mejor de este fresco es la descripción que hace de la vida en París, que Wharton, enamorada de la cultura europea, conocía muy bien.
Finalmente, se ha recuperado una obra anterior de la autora, inédita hasta la fecha en español: Santuario (1903). Para conseguir una fortuna, un hombre oculta una oscura verdad a su prometida, Kate, que, a pesar de ello, acepta casarse con él una vez que le confiesa todo. Tras la prematura muerte de su esposo, Kate procurará que su hijo no cometa los mismos errores que el padre. Años después, el hijo de Kate trabaja en un proyecto de arquitectura muy importante para la ciudad, y tendrá la oportunidad de aprovecharse de las ideas de un compañero de estudios fallecido. Wharton sitúa al personaje femenino en dos conflictos decisivos, separados por varios años y, consecuentemente, por el poso de la experiencia. Solo la brusca ruptura entre esos dos momentos resulta discutible en la estructura de esta novela.
La capacidad de exponer múltiples temas y enfoques en unas pocas páginas hace que, en realdad, estemos leyendo un texto sobre la maternidad y la influencia moral de las madres en la vida de sus hijos. No hay que olvidar que Edith Wharton no tuvo hijos, y la maternidad fue, quizá por ello, uno de los temas más recurrentes de su producción