El filósofo Carlos Goñi ha acuñado el concepto de “ética borrosa” para denominar al conjunto de expresiones morales que tienen como fundamento la falta de valores y principios difundida en nuestra época. Ante la desorientación moral en la que nos encontramos se torna cada día más necesario tener una brújula.
Hoy muchos presuponen que vivir conforme a unos criterios claros y precisos en el orden ético es una manifestación radical de actitud fundamentalista. El subjetivismo impera en nuestra sociedad y los contornos de lo bueno y malo han quedado desdibujados: de ahí el título de “ética borrosa”. Todo está permitido porque cada uno, como dijo el sofista Protágoras, es la medida de todas las cosas: de todas a excepción de lo considerado políticamente incorrecto, y para implantar los nuevos tabúes se crean leyes, porque la legalidad suplanta a la moralidad.
En la primera parte del libro, después de haber explicado los pilares de esta “nueva” ética, el autor pasa a dilucidar fenomenológicamente sus manifestaciones más características. El lector obtendrá así un ejemplo claro de cómo esta ética ha emborronado los conceptos importantes, como la sexualidad, que ha terminado confundiéndose con algo lúdico de usar y tirar, borrando así su auténtica dimensión de unión amorosa, entrega y procreación; pero también la familia, la tolerancia, la felicidad y la religión entre otros.
En la segunda y última parte, el autor ofrece una alternativa: la ética del silencio. Considera con acierto que la ética borrosa se beneficia del ruido; en cambio, la que él propone no necesita de muchas palabras, razón por la que puede entenderse que este capítulo sea también el más breve. A la ética borrosa le interesa que existan muchas teorías, porque el exceso de información combinado con la falta de formación refuerza la vaguedad. Todo el mundo opina de todo, pero nadie está seguro de nada, y en medio de tanto ruido resulta imposible pensar.
La base de la nueva ética tiene que responder a las necesidades de nuestro tiempo, esto es, orientar a las personas hacia unos fundamentos éticos, pocos pero claros y sólidos. Según el autor, para llevar a cabo esta ética tenemos que partir de una triple actitud que requiere el silencio: la reflexión, la serenidad y la escucha. Para decir la verdad hay que en primer lugar atreverse a pensar, y para pensar necesitamos quietud. En resumen, no se trata de sembrar más confusión, sino de saborear el silencio para hacer frente a la ética borrosa.