Península. Barcelona (2002). 222 págs. 12 €. Traducción: Jordi Fibla.
Tras la publicación en 1928 de su primera novela, Decadencia y Caída, el joven Evelyn Waugh (ver servicio 107/01) emprende un crucero por el Mediterráneo, haciendo escala en puertos característicos de un viaje de placer. Esos lugares, ya etiquetados por el imaginario urbano y moderno (Italia, desordenada y barroca; Turquía, exótica y grandiosa), están dispuestos para ser consumidos por la nueva clase de viajero que surge tras la Gran Guerra, el turista. Evelyn Waugh (1903-1966) escribe Etiquetas, el primero de un serie de libros de viajes, a medio camino entre el recuento de peripecias -muy divertidas-, la crónica de un periodista -no sigan sus recomendaciones- y el diario de un viajero -finísimo y certero observador.
Nos cae un poco lejos este sofisticado estilo de viajar (champagne, mozos de hotel, fiestas en la embajada, sitios insólitos, sobrecargos serviciales) y -salvo Malta y Montecarlo- el resto de lugares que visita el escritor inglés han cambiado completamente. La gracia está en el peculiar punto de vista y el personalísimo estilo de Waugh al relatar su periplo. De ninguna manera, y como parece dar a entender el título, se afana el autor de Brideshead Revisited en desafiar las etiquetas con las que se han clasificado los distintos lugares visitados. Evelyn Waugh las acepta y juega con ellas (Egipto es fascinante pero no por las pirámides sino por un circo que parece fuera de lugar o por sus barrios bajos; no es la Acrópolis, es la vida nocturna de Atenas lo que le resulta encantador de Grecia), y afianza su olímpica, absoluta e inmisericorde distancia con respecto a lo que relata, un motto que permanecerá en la casi totalidad de su trayectoria literaria. Juicios sorprendentes (como la opinión que le mereció la pintura pompeyana, la arquitectura de Cnossos o la Esfinge) que aparentan estar hechos con una indolencia enorme, pero destilan un calculado desinterés por el sentido histórico o por ponerse en lugar de los otros. Y todo, muy digerible -la traducción es magnífica- e incluso exquisito gracias a la marca de la casa, una bien dosificada y fría ironía que barrena el cosmopolitismo de una época y de una clase social.
Julián Montaño